Paraíso para dos – Capítulo 8

Hola Candyfans, gracias por seguir esta historia y dejarme sus comentarios. En verdad mi corazón salta de emoción cuando leo sus opiniones. Algunas me han dado sus teorías de lo que pasará… hmmm ya veremos si le atinan jeje.

Los tórtolos están que no pueden más de amor y Albert ha dado el paso de pedirle matrimonio. Además ha revelado que es algo en lo que pensaba desde hace tiempo y digamos que «las circunstancias» 😉 aceleraron las cosas. ¿Qué contestará Candy? ¿Qué viene después?

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Capítulo 8: La Ley del Amor

Candy se arrojó a los brazos de Albert con un entusiasta «¡Sí!» y le cubrió el rostro con sonoros besos. Él, en respuesta, la alzó en sus brazos. La habría hecho girar en el aire, si no fuera porque su habitación en el Magnolia era diminuta.

-No puedo creer que esperé tanto para pedírtelo -confesó Albert-. La verdad es que creí que lo mejor sería esperar hasta reponerme de la amnesia, pero…

-Yo tampoco creí que pasaría tanto tiempo sin que recobraras la memoria.

-No pensemos en cosas tan serias, menos ahora que todo es felicidad.

Aunque poco pudieron dormir de la emoción, al día siguiente, al salir del trabajo, fueron a visitar algunas iglesias, pensando cuál sería más linda para una fecha tan especial. Candy sugirió que podría ser en la pequeña capilla junto al hogar de Pony, y acordaron ir de visita para que Albert conociera el lugar y, por supuesto, a la hermana Lane y a la Srita. Pony. Seguro que estarían felices con la noticia.

Habría que planear varias cosas y hacer algún ahorro para poder ofrecer un pequeño banquete para sus amigos más cercanos. Si bien el festejo tendría que ser modesto, ninguno de los dos deseaba una gran boda, no había nada que demostrar.

Al pasar frente a una joyería, se detuvieron para mirar la vitrina que exhibía las alianzas de matrimonio, en pares que solo se diferenciaban por el tamaño.

La vitrina estaba decorada con motivos invernales y flores de seda, con luces que hacían resplandecer el oro y los diamantes que adornaban algunos anillos. Todos los modelos eran hermosos, sin embargo… Los precios en la vitrina los desalentaron un poco.

-Estas son muy lindas, me gustaría mucho verlas -dijo Candy señalando unas alianzas de plata.

Albert sonrió con gratitud por la actitud optimista de Candy, y entraron a probarse los anillos.

Cuando ambos tuvieron puesta la alianza, los invadió una inmensa alegría de pensar en que muy pronto serían marido y mujer. Su risa espontánea y llena de contento, fue capaz de conmover incluso a la dependienta, que les tomó a cuenta de apartado una cantidad mucho menor de lo que solía pedir.

Mientras caminaban del brazo, fuera de la tienda, Albert dijo:

-Por ahora solo podemos pagar estas alianzas de plata, pero muy pronto, estoy seguro, podré mandarlas a recubrir en oro.

-No dudo que así será, aunque lo que realmente me importa es que voy a casarme contigo, y que llevaremos anillos iguales para que lo sepa el mundo.

Un par de días después, cuando tuvieron un poco más de cabeza, se reunieron a la hora del almuerzo para ir hasta la oficina del ayuntamiento a enterarse de los trámites de la licencia de matrimonio.

El edificio de pisos marmoleados devolvía el eco de los pasos mientras se acercaban a la ventanilla de informes. Tomaron su turno y esperaron algunos minutos a que les llamaran.

En la ventanilla había un funcionario con el bigote muy recortado, que les hizo una seña impaciente de que se acercaran.

Candy se asomó a la ventanilla y dijo:

-Venimos a preguntar los requisitos para la licencia de matrimonio.

El funcionario tomó aire y empezó a recitar el discurso que se sabía de memoria:

-Deben hacer una cita para la entrega formal de los requisitos, presentar este formulario firmado y llenado en su totalidad, sin tachaduras ni enmendaduras -esto lo dijo el hombre extendiendo el papel y levantando el dedo para enfatizar su pedido-. Una vez aprobada la solicitud, el oficial del registro civil les dará fecha para la ceremonia. Ese día deberán presentarse acompañados de sus testigos, claro está con los documentos de identidad de los contrayentes y los testigos, que demuestren la mayoría de edad, o bien el permiso de sus tutores, al menos 30 minutos antes de…

-Un momento -interrumpió Albert-. ¿Ha dicho documentos de identidad?

El funcionario se acomodó los lentes y miró a los jóvenes con extrañeza, mientras decía:

-Desde luego.

-Sucede que… padezco de amnesia y… no tengo ningún documento de identidad -dijo Albert.

-¿Y no hay alguien que pueda ayudarle a rastrear su acta de nacimiento, su fe de bautismo o algún documento escolar?

Albert bajó los ojos y contestó con pesar:

-No.

-Lo lamento mucho, pero sin documento de identidad, es imposible extender la licencia de matrimonio. Y ahora, si me disculpan… ¡siguiente!

De esta manera tan abrupta, los grandes planes de boda quedaban suspendidos indefinidamente.

A la salida del registro civil, en una banca solitaria, Candy y Albert se sentaron lado a lado en completo silencio.

Albert echó la cabeza hacia adelante con los hombros encogidos. Se apretó el puente de la nariz entre los dedos para contenerse, pero una lágrima logró escapar, mientras él murmuraba:

-Quisiera darte el mundo entero y ni siquiera puedo darte mi mano en matrimonio…

-Sí, sí que puedes -dijo Candy con un brillo decidido en los ojos-. Albert, ¿tienes alguna duda de que quieres hacer tu vida conmigo?

-¡Ninguna! -afirmó él, girándose hacia ella.

-Pues yo tampoco. Y no voy a dejar que un simple papel se interponga en nuestra felicidad.

-¡Candy!

-Te diré lo que vamos a hacer: iremos a la iglesia tú y yo, a jurar nuestros votos. De ahí en más, llevaremos nuestras alianzas con orgullo, para que todo el mundo sepa que estamos casados.

Aunque Albert lo ansiaba con todo su corazón, no podía evitar tener ciertas dudas, sobre todo porque no podría dar a Candy una unión de ley.

-¿Estás segura de que eso es lo que quieres?

Candy adoptó una expresión tranquila, como quien actúa siempre de acuerdo con su pensar y decir.

-Albert, delante de los extraños nos hacemos pasar como un matrimonio, pero no con nuestros amigos más cercanos, ni cuando estamos a solas. ¿No te parece un poco absurdo?

-Visto así, es un poco absurdo, sí. Aunque nada me gustaría más que casarme contigo entero, y no solo con la parte que puedo recordar.

-Amor mío, aun no pierdo la esperanza de que recobres la memoria. No sabes cómo me encantaría que recordaras todo eso que hemos vivido juntos, esos recuerdos que solo guardo yo. Pero tú sigues siendo el mismo Albert que yo conocí. Tus gestos, la misma risa… hasta la forma de hablar y pensar. Eres tú.

Albert quedó conmovido por estas palabras.

-Eres, sin duda, la mujer más valiente que conozco, ¡y me amas tanto! Candy, yo quiero hacer mi vida contigo, ya no me importa saber quién fui antes. Si eres capaz de tomarme así, soy tuyo.

Albert besó las manos de Candy, y luego, los jóvenes enamorados se abrazaron con alegría.

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Albert y Candy han tomado una gran decisión, fuera de lo común para su época, aunque no es la primera cosa adelantada a su tiempo que han hecho… ¿qué imaginan que pasará después?

Continúa en Paraíso para dos – Capítulo 9

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