Qué tal Albertfans, me ha encantado leer sus comentarios sobre la historia. En el capítulo anterior, Candy confrontó una parte importante de su pasado, algo necesario para seguir con su vida sin ataduras de ningún tipo. Y ahora… ¿qué sigue? Pues ya lo veremos.
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Capítulo 7: La ventisca y el fuego
Archie y Stair, cuando supieron que Candy compartiría casa con Albert habían estado un poco recelosos. Sin embargo, el trato frecuente con él los había dejado tranquilos, pues se daban cuenta de que Albert estaba enamorado de verdad, y que Candy estaba radiante de alegría.
No solo eso, el grupo de amigos se reunía con frecuencia en el departamento de la Magnolia, de modo que Archie, Stair y Albert habían comenzado a referirse a sí mismos como «los chicos», y a Annie, Patty y Candy como «las chicas».
Un día, mientras Archie conducía de vuelta a casa, Stair le dijo:
-Qué bien ha estado ir a tomar una cervezas con Albert ¡Hace tanto que no me reía así!
-Es cierto. Así las chicas han hecho sus compras con toda calma, en vez de arrastrarnos por todos los pisos de ese gran almacén.
-Pero no lo dije solo por eso -confió Stair-. Me ha gustado que volvamos a ser «los chicos» y no solo «los Cornwell», si sabes a lo que me refiero.
-Lo dices por Anthony -afirmó Archie con un dejo de melancolía, sin quitar la vista del camino.
-No quiero decir que Anthony pueda ser sustituido jamás… Solo que tú y yo estamos siempre juntos, ¿qué historias nuevas podríamos contarnos, eh?
-En eso tienes razón, aunque siempre podríamos acudir al señorito Neil -bromeó Archie.
-¿Pero qué nos va a contar el tonto de Neil, si lo único que hace es esconderse tras las faldas de su madre! -exclamó Stair- Si pudiera elegir a quién incluir en la familia, cien veces preferiría que se tratara de Albert.
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Con el correr de las semanas, el verano abrió paso al otoño, que también corrió veloz en pos del invierno.
Una fría tarde, mientras el grupo de amigos departían frente a la chimenea en el Magnolia, Candy puso cara de que iba a contar algo interesante, y dijo:
-No imaginan a quién me encontré hoy. Ni más ni menos que al señorito Lagan.
-¡Vaya, qué mala fortuna! -soltó Archie.
-Pues creo que fue buena fortuna… para Neil -contestó Candy-. Un rufián lo tenía contra la pared para asaltarlo, y Neil estaba a punto del desmayo.
-¿Qué hiciste, llamar a la policía? -exclamó Patty.
-Eso es lo que debí haber hecho -dijo Candy con tono culpable-. En cambio, me le fui a pedradas al asaltante, así Neil pudo escapar, y salimos corriendo a toda velocidad.
-Candy, no debiste arriesgarte así -dijo Albert, con menos paciencia de la habitual.
-De eso me di cuenta hasta después -admitió Candy.
-¿Qué hizo Neil, qué te dijo? -preguntó Archie.
-Parece que nunca en su vida había dicho gracias, porque le costó muchísimo trabajo, era como si no supiera pronunciar la palabra. Al final lo logró, pero por la cara de espanto que tenía, tal vez hubiera preferido que lo robaran antes de tener que agradecerme a mí, ¡a mí, precisamente!
-Yo que tú, hubiera seguido de largo -dijo Archie, sin la mínima simpatía por su primo Neil.
-Se acerca una ventisca -anunció Patty, luego de mirar por la ventana- Mejor será que me lleves a casa, Stair.
-¿Una ventisca? -dijo Annie con un sobresalto.
Archie, notando el nerviosismo de su novia, dijo en tono resignado:
-Parece que es hora de irnos, hermano.
En unos pocos minutos, tras un revuelo de vasos y platos lavándose, muebles volviendo a su lugar, abrazos de despedida y un murmullo de planes para reunirse de nuevo, el Magnolia quedó en silencio.
Sentados en el sofá, Candy y Albert disfrutaban de la calidez que emanaba de la chimenea, donde las últimas brasas del fuego se resistían a apagarse.
-Sigo creyendo que fue una imprudencia lo que hiciste con Neil -dijo Albert con preocupación.
-Lo hubiera hecho por cualquier persona.
-Ya lo sé, y eso es lo que realmente me preocupa.
-Prometo que me lo pensaré dos veces antes de hacer tonterías. Y ahora, quita esa cara malhumorada…
Candy se acercó más para hacer cariños con su naricilla sobre la de Albert, y él sonrió de inmediato.
Después vino un inevitable beso, de esos que les salían tan bien, que parecían fabricados por el destino mismo.
Albert estaba como en un sueño. Qué delicia era estrujarla entre los brazos, tenerla tan cerca, y lo único que quería era sentirla más cerca todavía.
-¡Ay, señorita Candice White-Ardlay! -se quejó Albert con algo parecido a un gruñido-. Creo que ha llegado la hora de…
-No, no quiero ir a dar ningún paseo -protestó ella.
-Yo tampoco, pero…
Candy lo silenció con un beso lleno de fuego y, en un movimiento impulsivo, lo rodeó con ambas piernas para quedar sentada sobre él, mientras continuaba besándolo sin tregua.
Instintivamente, Albert levantó su cadera hacia Candy. Ella, en lugar de evitar el contacto, se pegó más a él. A través del pantalón, pudo sentir la dureza de Albert. Ese breve roce la hizo estremecer, y así conoció lo que era arder en deseo.
Ni qué decir del delirio en el que se encontraba Albert; tenía los ojos semicerrados y la boca entreabierta, con una expresión hambrienta que Candy no había visto antes. Metió las manos bajo la falda y acarició los muslos de Candy; la suavidad de su piel lo volvía loco.
Candy llevó sus manos a la camisa de Albert y desabrochó el primer botón. A estas alturas, a él ya no le alcanzaba la voluntad para preocuparse del «¿qué dirán?». Cuando Candy quitó el segundo botón e iba por el tercero, lo único que Albert pudo decir fue:
-Sí, mi amor, sí…
En ese instante, Candy se dio cuenta de que si ella quería seguir, Albert no iba a detenerla y, aunque se moría de ganas de llegar hasta el final, su propio atrevimiento la asustó. Con brusquedad y torpeza, salió huyendo a encerrarse en la habitación.
Albert, entre palpitaciones y sofocos, se llevó las manos a la cabeza. Habían estado jugando con fuego ya muchas semanas. Cada vez se permitían ir un poco más lejos, con un beso más acalorado, con una caricia más atrevida. Los dos lo sabían, los dos entendían lo que estaba pasando, pero era tan dulce la tortura de provocar el deseo en el otro, que ninguno quería dar marcha atrás… Albert había escuchado a Candy llamarlo en sueños entre suspiros de placer. Por eso estaba seguro de que ella lo deseaba tanto como él, que también soñaba con el maravilloso día en que harían el amor.
Una sonrisa apareció en el rostro de Albert, si es que estaba muy claro lo que debía suceder, todas sus reservas se habían disipado, ya no tenía caso aplazarlo más.
Se abotonó la camisa, se alisó los pantalones, fue hasta la puerta de la habitación y dio un suave toque para llamarla.
-Candy, hablemos, por favor.
Tras unos momentos, se escuchó cómo Candy quitaba el cerrojo.
Albert abrió la puerta y encontró a Candy dándole la espalda. Se acercó para quedar de frente, y le dijo:
-Amor mío, te prometí que todo en nuestra convivencia sería honorable, pero se nos está saliendo de control.
-¡Ay, Albert!
Candy escondió el rostro en las manos.
-Candy, mírame. Yo no quiero que tengamos nada de qué avergonzarnos. Por eso he pensado que lo mejor sería…
-Por favor no digas que vas a mudarte a otro lugar.
-En realidad, tenía en mente algo mucho más simple -dijo Albert, con una sonrisa tan dulce que enseguida hizo que Candy se sintiera en calma.
-¿Más simple?
-Casarnos.
-¡Albert!
-No creas que lo digo en un arranque del momento o solo por lo que acaba de pasar. Es una idea que me ha rondado desde el principio. Si no te lo dije de inmediato, tuve mis razones. Para empezar… no quise apresurar las cosas más de lo que ya estaban.
-Pasamos de nuestro primer beso a vivir juntos en menos de veinticuatro horas. -reconoció Candy.
-Había demasiado sucediendo al mismo tiempo, no quise presionarte. Pero con el tiempo que hemos compartido aquí es claro que nos va muy bien la vida juntos. Y… yo estoy en mejor situación que hace unos meses para ofrecerte una vida digna.
Candy no se había detenido a pensar en todos esos aspectos prácticos de los que Albert hablaba ahora. Soñaba, sí, que algún día se casarían, pero imaginaba que sería solo cuando él recuperara la memoria.
Albert volvió a hablar:
-Además, ahora que tienes veintiuno ya no estás obligada a pedir el consentimiento de tu tutor, que se habría negado, estoy seguro.
-¿También has pensado en eso? -dijo Candy con franca sorpresa.
-Desde luego, muchas veces, en realidad. Sigo creyendo que al anciano Sr. Ardlay le daría un disgusto enorme si te casas con alguien como yo, pero su deber contigo está cumplido y ahora eres dueña de tu vida.
-Albert, me da pesar oírte decir eso, no pensaba que yo te había dado esa impresión sobre mi deber para con el tío William.
-No exactamente, es solo que me has contado cuánto querías demostrarle que llegarías ser una gran dama. Darte eso no está a mi alcance pero… eres feliz conmigo, ¿no es cierto?
-Inmensamente feliz, como nunca imaginé serlo -contestó ella, tomando a Albert de las manos.
-Aunque creo que sé cuál es la respuesta, voy a preguntarlo de todos modos -Albert plantó una rodilla en el piso, y elevó una mano para ofrecerla-. Candy, ¿quieres casarte conmigo?
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¿Qué opinan de este capítulo, lo disfrutaron?
La única forma que tengo de saber si les gusta la historia y quieren que siga, es que me dejen sus reviews y comentarios. Créanme que son importantísimos para inspirarme.
Igualmente, las invito a que dejen sus comentarios en las historias de otras escritoras. Si están disfrutando un fic, les tomará un minuto comentar, pero eso le alegrará el día a la ficker. No subestimen el poder que tiene mostrar su aprecio.
Que hermoso capitulo, qye te sere sincera a mi no me gustan los fanfics hot que le llaman a escenas explicitas candy y Albert me gustaria que sigan siendo para niños y adultos por igual, muy contenta de estar leyendo esta historia. Y ya le pidio matrimonio que bonito!!!!