Paraíso para dos – Capítulo 19

Uff, aquí de nuevo con muchos nervios por este capítulo. Ahora no me tardé tanto en actualizar. Agárrense de donde puedan… y déjenme sus reviews, ¿va?

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Capítulo 19: Fuertes declaraciones

Candy tomó una píldora de hierro del frasquito que le había dado el Dr. Jonhson, para tratarse la anemia. Observó la bolita color rosado y suspiró antes de echársela a la boca. Luego se recostó en el camastro y cerró los ojos, estaba agotada.

El Dr. Johnson se había compadecido de su semblante paliducho, la había reprendido por excederse en el trabajo y la había mandado a casa temprano, luego de examinarla brevemente.

Los síntomas que Candy había descrito correspondían con la anemia, pero había mentido a sabiendas. El suplemento de hierro le vendría bien de cualquier manera.

Estaba a punto de quedarse dormida, cuando llamaron a la puerta.

-Me dijeron que saliste temprano. Te traje estas flores para desearte pronta recuperación.

Candy estaba tan sorprendida que recibió las flores sin protestar.

-Voy a poner estas flores en agua, puedo ofrecerte un té, si gustas.

-No, no te molestes. ¿Qué te parece si mejor te invito un café? Vi un sitio muy lindo de camino hacia aquí y…

-Discúlpame, Neil, pero me encuentro algo indispuesta.

-¡Es verdad! Quizá otro día, entonces.

-Sí… quizá otro día -repitió Candy, extrañada por la amabilidad de Neil.

-Bien, es un trato. Ahora que he estado tan ocupado con la puesta a punto del nuevo hotel, y con tantas responsabilidades, he dejado muy descuidada mi vida social. Eso no es bueno para un hombre joven y soltero.

-Supongo que no…

-¿Sabes, Candy? Durante este tiempo que tomó mi recuperación… mi opinión sobre ti ha cambiado de forma tan impresionante, que ni yo mismo me reconozco.

Candy colocó el ramo en una jarra de peltre, el único recipiente que pudo encontrar para ese propósito. Mientras arreglaba las flores, se preguntó con inquietud a dónde quería llegar Neil con todo eso.

-Me alegra que al fin te des la oportunidad de que seamos amigos -dijo ella.

-Sí… aunque… yo esperaría incluso más.

-No comprendo, Neil.

-Tú misma lo dijiste: soy otro, muy distinto al que había sido hasta ahora. Aunque quizá sucede que solo ahora puedo reconocer mis verdaderos sentimientos por ti.

Como Candy se quedó sin saber qué decir, Neil levantó el pecho con orgullo y dijo:

-Sí, Candy, quiero que seas mi esposa.

Ella giró la cara hacia Neil, boquiabierta. La declaración de Neil había sido totalmente inesperada.

-Lo lamento, pero no puedo ofrecerte más que mi amistad sincera -dijo Candy cuando recuperó el habla.

-¿Por qué no quieres darme una oportunidad?

El rostro de Neil habría sido capaz de conmover a cualquiera, nunca antes lo había visto tan angustiado.

-En verdad, no soy la mujer indicada para ti. Nuestros intereses, nuestra forma de vida… no tienen nada que ver.

-Es por ese actor, ¿verdad? ¿Qué no lo has oído? Él y Susana son la pareja del momento en Broadway, no hay diario que no se haga eco de su gran romance.

-¡Esto no tiene nada que ver con Terry!

Candy comenzaba a sentirse aturdida y algo mareada por la situación.

-Si no es por ese Terry, ¿es por alguien más? Sé que no tienes novio, que nadie más te corteja, lo he preguntado a todos en el hospital.

-Basta, Neil.

-Candy, te lo ruego, dame aunque sea una mínima oportunidad, a eso no puedes negarte. No hay ningún impedimento para que me dejes conquistarte…

-Es que no lo entiendes…

-Solo déjame intentarlo…

-¡Estoy encinta, Neil!

Antes de darse cuenta, Candy había revelado la verdad.

Él llevó su vista hacia el vientre de Candy, que ella acariciaba con ternura. Era cierto, apenas era posible notarlo, pero Candy esperaba un hijo.

-¿Cómo es posible? ¡¿Cómo te atreviste, Candy?!

Neil le clavó la mirada, furioso. Por un momento volvió a ser un chiquillo haciendo rabietas, que fue a asomarse a la ventana con ganas de gritar… Pero algo en él había cambiado en los últimos tiempos, porque en lugar de arrojar objetos en todas direcciones como habría hecho el antiguo Neil, simplemente se quedó apoyado en el barandal del balcón, resollando.

A su espalda, escuchó que Candy le hablaba con voz acongojada.

-¿Lo comprendes ahora, Neil? Si por más no fuera, esa es razón suficiente que me impide desposarte.

Neil, sin comprender del todo lo que le pasaba, derramó una lágrima de honda tristeza. Era imposible que Candy se hubiera dejado llevar así como así, tenía que haber otra explicación. Se giró y fue hacia ella con cautela.

-¿Quién se atrevió a hacerte daño? ¡Dímelo y haré pagar a ese canalla!

-No, Neil, no se trata de un canalla. El padre de mi hijo se casó conmigo, pero yo… yo… ¡lo perdí!

Candy no pudo contenerse más y rompió en llanto. Neil se dejó llevar por sus impulsos y corrió a abrazarla con ternura. Oírla llorar así lo conmovió como nada en el mundo lo había hecho antes. Pero la transformación interna que le estaba ocurriendo era tan enorme que, en completa confusión mental, se separó bruscamente de Candy y salió del apartamento a toda prisa.

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Candy se arrojó sobre el camastro, sin parar de llorar. Por más que había intentado no pensar en eso, el terrible día en que había perdido a su amado se hizo presente de inmediato.

La fotografía de bodas de Albert seguía grabada en su memoria, aunque solo la había visto un instante. Sin duda se trataba de él, sus facciones eran las mismas, si bien el cabello engominado hacia atrás y su expresión inusualmente seria la habían hecho dudar por un momento.

El amor entre ellos era verdadero, de eso no tenía ninguna duda… pero las promesas hechas ante el altar habían resultado blasfemas. El dolor era tal que no solo lloraba a mares, sino que gimoteaba de forma incontrolable, recordándolo todo.

Aquella fatídica tarde en que supo que Albert había recuperado la memoria y que tenía otra familia, había tomado el primer tren que dejaba la estación

En medio de tal confusión, por un golpe de suerte, el Dr. Martin había extendido la recomendación a nombre de la enfermera C. White A. Debido a eso, Candy había podido usar otro nombre que la hiciera más difícil de localizar, pues estaba segura de que Albert intentaría encontrarla.

Solo se había enterado de que esperaba un hijo algún tiempo después. De nuevo, el mundo parecía caerle encima y, aunque se había jurado no desesperar, tampoco se le escapaba lo difícil de sus circunstancias. Quizá su propia madre se habría visto en una situación similar; ahora, más que nunca, podía comprenderla. Candy se prometió que no se separaría nunca de su bebé, pasara lo que pasara.

En un momento llegó a considerar en pedir el cobijo del tío abuelo, pero cuando pensaba en que el padre de su bebé era un hombre casado, se decía:

-No… algo como esto no lo perdonará.

Continúa en Paraíso para dos – Capítulo 20

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