Paraíso para dos – Capítulo 18

Ufff… ¡por fin un capítulo nuevo! Gracias por su paciencia y sus comentarios, me hacen el día. Es cortito pero necesario para lo que viene después…

Vamos a ver… qué les parece.

o + o +

Capítulo 18: Camino a casa

El día que Neil fue dado de alta, lo último que Candy imaginaba, era que él estuviera esperándola afuera del hospital.

-¿Qué haces aquí? -soltó ella, llevándose una mano al pecho.

-Te acompañaré a casa.

-No hace falta…

-El Dr. Johnson me aconsejó hacer ejercicio moderado para recuperar el tono muscular, ¿no es cierto?

Estaba claro que no se daría por vencido, así que caminaron lado a lado hasta un barrio de las afueras, con edificios sobrepoblados por familias de clase obrera. Candy tuvo su momento de diversión al ver lo mal que Neil disimulaba su nerviosismo.

«No entiendo qué intenta lograr con seguirme hasta mi casa, pero eso le enseñará a dejarme en paz», se dijo ella.

-Debo decir que me has sorprendido gratamente -dijo Candy.

-¿Ah, sí? ¿Por qué?

-Has sido un paciente bastante bien portado. Es como si fueras otra persona.

Neil, que no esperaba el cumplido, parpadeó velozmente. Tras pensarlo unos momentos, respondió:

-Estar tan cerca de morir tiene ese efecto sobre la gente. ¿No es lo que siempre dicen?

-Supongo que es así… Hemos llegado a mi edificio.

Se despidieron en la puerta con un cortés «buenas tardes», y ella creyó que sería la última vez que lo vería en mucho tiempo.

Para gran desconcierto de Candy, esta escena se repitió varias veces en los días que siguieron.

Durante esos paseos, Candy se enteró que Archie y Annie se habían comprometido con la ayuda del tío abuelo William y fingió que ya lo sabía por la propia Annie. Este compromiso había causado gran revuelo al interior de la familia, y no había hecho sino echar más leña al fuego sobre la excentricidad del patriarca.

Candy dio un suspiro de alivio, convencida de que su carta había convencido al viejo señor Ardlay.

-Candy, ¿puedo preguntarte algo?

-Adelante.

Neil tomó aire antes de poder hablar.

-¿Por qué… por qué me defendiste de esos asaltantes aquella vez?

Candy ya había olvidado el incidente.

-¡Oh! No lo sé… quizá… es porque creo en las segundas oportunidades.

-¿A qué te refieres?

-Yo… he recibido muchas segundas oportunidades en mi vida. No pude crecer con mis padres, pero crecí en un hogar donde me querían muchísimo. Aunque no logré terminar mi educación en el internado, al final me pude graduarme como enfermera. Siempre he tenido la ayuda de alguien que confió en mí. Quizá es que… tuve un poco de fe en ti.

-¡¿Qué?!

Neil quedó estupefacto. Jamás en toda su vida alguien le había dicho que tenía fe en él. Grandes expectativas, sí, pero nunca fe. Sintió como si un relámpago le revelara algo que desconocía de sí mismo, pero unos segundos más tarde, el retumbar de un trueno le hizo saber que no había imaginado el relámpago, sino que había comenzado a llover.

Sin perder un minuto, echaron a correr hacia el edificio de Candy. Cuando llegaron al recibidor, estaban empapados.

-Puedes subir a casa, Candy. Yo esperaré aquí a que pare de llover.

-¡Tonterías, Neil! La lluvia no hace sino arreciar. Déjame al menos prestarte un paraguas.

Neil siguió a Candy un par de pisos arriba. Si el exterior del edificio no era muy prometedor, el interior era más lúgubre aún.

Más que un apartamento, el hogar de Candy era un habitáculo de un solo ambiente, parte de una vivienda que había sido reconvertida en varios cuartos para la creciente clase trabajadora de Detroit.

La puerta daba directamente a la única habitación. A un lado había un pequeño ropero desvencijado y un banco largo cubierto con una colchoneta y algunas mantas. Era, sin duda, la cama de Candy. En el otro extremo había una estufilla de carbón y un lavabo pequeño, pero con agua corriente. Al fondo había una ventana, la única ventilación del lugar. El ambiente solo era tolerable porque la habitación estaba limpísima y en perfecto orden.

Neil tuvo una momentánea conmoción al mirar hacia el interior, de la que solo salió cuando Candy lo miró a los ojos, sin un ápice de vergüenza.

-No tienes que pasar si no quieres, Neil. Espera aquí, te traeré una toalla.

-Si no tienes inconveniente, prefiero pasar -contestó él al dar un paso largo hacia adentro.

Neil no se atrevió a sentarse sobre la cama de Candy, que era el único asiento visible, así que se acercó a la ventana para asomarse. Desde fuera le llegó el olor de piedra mojada, inesperadamente agradable en un sitio como aquel.

-Candy… estoy seguro de que tu estipendio puede pagar un alojamiento más cercano al hospital y más… cómodo.

Candy entregó a Neil un paraguas junto con una pequeña toalla y dijo:

-No dependo más de la familia Ardlay.

-¿Por qué renunciarías a ese derecho?

El rostro de Neil confirmaba que no podía creer que alguien fuera capaz de rechazar el apoyo del clan.

-Te puede sonar muy extraño, pero no todo se resuelve con dinero, Neil.

-Tus razones tendrás, aunque… tu orgullo siempre me ha desconcertado.

-¿Mi orgullo?

-Nunca, ni ante las fechorías más crueles, bajaste la cabeza…

-¡Neil!

Candy no había esperado esa clara referencia al pasado compartido, al dolor y a las humillaciones sufridas en la casa Lagan. Se hizo un tenso silencio.

Neil terminó de secarse y dejó la toalla a un lado.

-Sobre todo aquello… lo siento, Candy.

Después de decir esas palabras, salió sin decir más.

o + o

Georges entró al despacho de Albert con un portafolio bajo el brazo para repasar los asuntos más importantes. Antes de hablar sobre negocios, Georges habló de un tema familiar.

-Los Cornwell finalmente han anunciado el compromiso de su hijo menor, pero no una fecha. Por lo que sé, la señorita Annie insiste en que Candy formará parte de su cortejo nupcial y por eso no se ha fijado el día.

Albert suspiró, pero no dijo nada.

-El joven Archivald insiste en reunirse con el tío William -continuó Georges-. Quiere presentarte sus respetos y gratitud personalmente. Le he dado la excusa de siempre.

-«El estado del patriarca es delicado» -sentenció Albert, repitiendo las conocidas palabras-. Pues en esta ocasión es más cierto que nunca. Aunque me obligo a ocuparme con los asuntos del consorcio, no hay hora del día en que no piense en Candy.

-Acerca de eso… ha llegado carta del último hospital en cien millas a la redonda, con la misma respuesta que antes… Mi conclusión es que Candy no está ejerciendo la enfermería… o no está usando su nombre verdadero.

-¿Y sí ya no está en América? -dijo Albert, lleno de angustia.

-Aquella tarde, cuando los visité por primera vez en el Magnolia, le dejé algo de dinero. Apenas suficiente para cubrir sus gastos un par de meses, por eso no creo que haya ido demasiado lejos.

-Eso no la detuvo antes…

-Albert… he pensado en publicar su retrato en los diarios de circulación nacional. No había querido recurrir a medios públicos, pero la familia Ardlay puede hacer una legítima búsqueda de uno de sus integrantes.

El rostro de Albert se iluminó con esperanza.

-¡Sí, lo que sea! ¡Haz lo que haga falta!

Continúa en Paraíso para dos – Capítulo 19

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