Paraíso para dos – Capítulo 17

¡Hola Candyfans!

Ya vieron la hermosa ilustración de la portada? Es un fanart que me regaló Paty Andrew inspirado en Paraíso para Dos, no se pueden imaginar la emoción que me dio.

Yo creo que no se imaginan lo que viene… agárrense de sus asientos, que esto todavía no termina.

Cuéntenme qué creen que pasará…

O + O + O

Capítulo 17: Encuentro inesperado

-Más analgésico, ¡exijo más analgésico! -se desesperó el maltrecho paciente que aguardaba en el fondo de la nave.

-Le repito que se calme o hará que se le abran los puntos y será mucho peor para usted -lo reprendió el doctor de turno. Luego se volvió hacia el pasillo y vociferó-. ¡Enfermera Claire, traiga más gasa para la curación!

-Encima tengo que estar aquí en la sala común con toda esta gentuza, ¿cuándo estará lista mi habitación privada?

-Estará lista cuando esté lista. Este fin de semana ha sido el acabose con tantos ingresos al hospital y estamos hasta las narices de pacientes. Agradezca que le ha tocado cama y que no está sentado en la sala de urgencias. Ahora quédese quieto mientras voy por el analgésico.

Al salir, el Dr. Johnson cruzó caminos con la enfermera Claire y le dijo al pasar:

-Tenemos un «código niñato mimado» en la cama 15. No se deje impresionar por sus quejidos.

Claire reprimió la risa y continuó su camino. Se acercó con la bandeja de las gasas hasta la cama 15, pero casi la deja caer cuando descubrió quién era el paciente.

-¡Neil!

-¡Candy!

-¡Shh! Calla, Neil… no repitas ese nombre, te lo ruego.

Candy se acercó como quien se aproxima a un gato asustado.

-¿Qué haces aquí? -reparó Neil, echándose hacia atrás.

Candy, recobrada de la impresión inicial, se afirmó.

-Yo soy enfermera, es normal que trabaje en un hospital. ¿Qué haces tú aquí? No me digas que fue tu auto el que volcó por la carretera…

Neil se quedó pálido, mitad de vergüenza, mitad de susto al recordar el accidente.

-No me hagas hablar de eso… ¡Diablos! Si mi padre se entera es capaz de quitarme la chequera… y mi madre… ¡se moriría del susto! ¿Me juras que no dirás una palabra?

Candy aprovechó la ocasión que se presentaba a su favor, con las palabras que mayor efecto tendrían.

-Te prometo que no daré aviso a la tía Elroy de lo que ha pasado, si tú juras que tampoco hablarás de mí con nadie… y aceptas llamarme Claire mientras estés internado. ¿Qué dices, tenemos un trato?

Neil miró con dudas la mano que Candy le ofrecía. Ella remató:

-Supongo que a esta hora podría localizar a la tía Elroy en Lakewood…

-¡De acuerdo, de acuerdo! ¡Lo juro!

Para sorpresa de Neil, la mano de Candy era delicada y suave. Siempre la había imaginado áspera y tosca, como cabía esperar de una «recogida revoltosa», el mote con el que Eliza se refería a ella. Quedó con la mirada fija en las manos entrelazadas.

Candy retiró suavemente la mano, algo turbada por la extraña reacción de Neil.

-Bueno, ¿se puede saber a qué hora sirven de comer en este lugar? -soltó Neil, para cambiar el tema.

-¡Uy, faltan dos horas! -dijo Candy, mirando el bello relojito de enfermera que llevaba prendido sobre el pecho, un regalo de Georges a nombre del tío William, recuerdo de una vida que había dejado atrás.

-¡Maldita la hora…!

-¡Señor Lagan! -lo interrumpió el Dr. Johnson que volvía con el analgésico -Le recuerdo que está en una respetable institución pública y ese lenguaje es inadmisible.

La autoridad que imponía el Dr. Johnson no admitía oposición, y Neil, a pesar de sudar frío, dócilmente lo dejó trabajar.

Una vez que el analgésico le hizo efecto, Neil se quedó profundamente dormido.

Candy se apresuró fuera de la sala común y no se detuvo hasta que llegó al almacén de blancos, donde se encerró para tranquilizarse. De todos los hospitales en Detroit, ¡Neil había venido a dar justamente a este! Más adelante se enteraría de todos los detalles de su accidente por el propio Neil y por el Dr. Johnson, con lo que tenía una idea bastante clara de lo que había pasado.

Neil había venido a conocer una propiedad en venta que la familia Lagan pretendía convertir en un hotel. Para nadie era un secreto que la industria automotriz en pleno auge haría de Detroit una ciudad muy visitada y los Lagan no querían quedarse atrás.

Este era el primer viaje en solitario que hacía Neil como representante de las empresas familiares. Había una gran presión sobre él para evaluar la propiedad e iniciar las negociaciones.

La primera reunión había salido a pedir de boca. El vendedor pedía menos de lo que valía la propiedad, porque tenía prisa por vender. Neil supo ocultar su entusiasmo al firmar la promesa de venta. El edificio, un antiguo colegio que se mudaba de instalaciones porque ya no tenía para dónde crecer, podría convertirse en hotel con cambios menores, situado a pocas calles de distancia del corazón comercial de Detroit.

Para celebrar su gran triunfo, Neil decidió comprarse un automóvil nuevo. Visitó la Ford Motor Company y firmó un gran cheque que consideraba su bono de premio por haber hecho un trato tan ventajoso.

Pocas horas le duró el gusto de su lujoso auto nuevo… en una carretera de las afueras, un camión de carga perdió el control y lo hizo volcar pendiente abajo.

Unos campesinos lo encontraron inconsciente y lo llevaron al hospital más cercano. Así, por azares del destino, se había encontrado con Candy.

A la mañana siguiente, Neil despertó como de un mal sueño, y le tomó unos momentos darse cuenta de que seguía postrado en la cama a causa de sus múltiples lesiones. El dolor era insoportable. A voces pidió por un doctor.

El Dr. Johnson se negó a aumentar la dosis de analgésico y fue enfático en que debían esperar a la hora prevista para su aplicación.

-No puedo permitir que usted desarrolle… digamos… dependencia del fármaco. Eso sería una dolencia mucho peor que la que está pasando ahora, créame.

Lagrimeando de dolor, Neil no tuvo más remedio que esperar y lamentarse de su suerte.

-Cand… ¡Claire! -la llamó cuando la vio aparecer por la sala.

-¿Qué pasa, Neil?

-Dime la verdad, ¿estoy muy mal? ¿Debo dar oportunidad a mi madre de que me vea antes de… morir?

Candy soltó una carcajada antes de contestar.

-Nada de eso, Neil, exageras. Debo admitir que tus lesiones son de cuidado y no debemos permitir que se infecten, pero no estás en peligro mortal.

Neil pareció tranquilizarse, pero pronto una nueva preocupación sustituyó a la anterior.

-Candy, debes ayudarme a conseguir un teléfono. Si no llamo pronto a casa, estaré en un lío terrible, y no pararán hasta dar conmigo. Si no quieres que nadie se entere que vives en Detroit…

-¿Es eso una amenaza? -dijo ella, poniendo los puños sobre las caderas.

-¡No, claro que no! Lo decía porque si no doy señales de vida pronto, mis padres mandarán a buscarme y el primer sitio serán los hospitales.

Candy no quería meterse en problemas, pero no podía arriesgarse a que los Cornwell se enteraran de su paradero y dieran aviso a Albert.

-De acuerdo… déjame pensar qué podemos hacer.

Un par de horas más tarde, Candy reapareció con una silla de ruedas. Discretamente, ordenó a Neil.

-¡Rápido, súbete a la silla! No tenemos un minuto que perder.

Neil obedeció y se dejó llevar por los intrincados pasillos del hospital. Si Candy no lo hubiera llevado, seguramente se habría perdido en el laberinto de salas y puertas de servicio.

-Vamos a la oficina del director. Es el único teléfono que pude encontrar además de la recepción. Espero que no haya vuelto de su hora de comida, porque si no, tendremos que volver mañana, pues cierra todo con llave por la noche.

Lograron esquivar todos los obstáculos y Neil llamó a casa para asegurar que todo había salido maravillosamente y que había decidido tomar unos días de descanso. La Sra. Lagan iba a protestar, pero no pudo, pues su hijito adorado ya había cortado la llamada.

Apenas dejaban atrás la oficina del director, cuando este apareció al fondo del pasillo. Levantó un brazo para llamarlos, pero Candy hizo como que no vio nada y se apuró fuera de su vista.

Ella y Neil se escondieron en un almacén de limpieza, y por la rendija vieron pasar al director del hospital, que seguramente había ido a buscarlos para preguntar qué hacía un paciente en el área administrativa.

Esperaron un tiempo prudencial para salir de su escondite y volver en alocada carrera a la sala común.

A pesar del susto, Neil disfrutó de aquella escapada y comprendió por primera vez la devoción que sus primos sentían por Candy. Estar cerca de ella era garantía de aventuras. Nunca antes había reparado en lo aburrida que era su propia vida.

Unos pocos días después, el Dr. Johnson llegó con una noticia que, estaba seguro, alegraría a su paciente.

-Sr. Lagan, me han informado que ya está disponible una habitación privada en el pabellón sur…

-¿Queda lejos de aquí?

-En el otro extremo del hospital, así que nadie le molestará allá.

-La… enfermera Claire… ¿es posible que ella continúe atendiéndome en el pabellón sur.

El Dr. Johnson se alisó el bigote mientras estudiaba al paciente, antes de dar respuesta. En muy poco tiempo, Claire se había echado fama de endulzar hasta el corazón más agrio, pero esto era el colmo. Al doctor no se le escapaba que el joven Lagan se pasaba el rato mirándola mientras ella completaba su ronda con todos los pacientes.

-En el pabellón sur solo atienden las enfermeras con más experiencia y Claire tiene muy poco que ingresó, así que no sería posible. No pienso echarme encima al cuerpo entero de enfermeras por un capricho suyo.

Neil se quedó muy quieto y muy callado, como no había estado desde su llegada al hospital.

-¿Señor Lagan?

-No hace falta que me trasladen a otro lado.

-¿Qué dice?

-He decidido que me quedaré aquí hasta mi total recuperación.

-Desde luego que no puedo obligarlo a cambiar de pabellón, pero, había insistido tanto…

Neil esquivó la mirada del doctor y se acomodó sobre la cama dándole la espalda, al tiempo que decía:

-Pues he cambiado de opinión.

Continúa en Paraíso para dos – Capítulo 18

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