Paraíso para dos – Capítulo 11

¡Hola Albertfans! Estoy de regreso con un nuevo capítulo.

Esta historia está lejos de terminar, así que vienen unos capítulos muy emocionantes. Gracias por dejarme sus comentarios, los atesoro a cada uno de ellos y de tanto en tanto los vuelvo a leer para inspirarme a seguir.

Les confieso que el capítulo anterior fue muuuy difícil de escribir. Las escenas de amor me cuestan mucho trabajo, porque quiero que sean lindas y también realistas jejeje, espero haberlo conseguido.

Bueno, pues ahora sí… el capítulo 11 listo para leer.

+ o + o +

Capítulo 11: Mentiras

Candy estaba en la antesala del pabellón de infantes, inventariando el material de curación para el inicio del turno, cuando escuchó que la puerta se abría tras ella. Era el doctor Brooks, que estaba a punto de salir rumbo a su casa.

-¡Candy, no esperaba verla aquí!

Al escuchar su voz, a Candy se le erizó la piel debido a la desagradable sorpresa.

-Buena tarde, doctor -contestó ella con tono seco, y siguió palomeando la lista en su portapapeles sin levantar los ojos

De pronto, sintió que el hombre se acercaba a ella por la espalda.

-¿Qué es esto? -quiso saber el Dr. Brooks, aprisionando a Candy por la muñeca.

-¡Suélteme!

Candy se liberó con un tirón del brazo.

-Este anillo, ¿es de matrimonio? -volvió a la carga el doctor.

-¡Sí!

Candy enfrentó al doctor con mirada decidida y hasta cierto punto desafiante. Ser la esposa de Albert era algo de lo que se sentía muy orgullosa.

-No me digas que… se trata de ese malnacido sin memoria.

-¡No se atreva a insultar a Albert nunca más!

Candy tenía los puños crispados de ira, mientras el doctor la miraba con desprecio.

-Veo que no aprendiste la lección. Has hecho tu elección y has elegido muy mal, Candy. Es una pena.

Candy iba a decir algo más pero no pudo, porque en ese momento entraron otras dos enfermeras. El doctor aprovechó la oportunidad para marcharse y dejar a Candy bullendo de rabia.

-¿Pero quién rayos se cree ese doctorcito para opinar sobre mi vida! -masculló ella.

Las otras dos enfermeras la miraron con espanto, pero no se atrevieron a preguntarle nada.

Aunque Candy se quedó muy removida por el enfrentamiento con el Dr. Brooks, al cabo de un rato de atender a sus queridos pacientes se olvidó por completo del asunto.

Fue hasta el día siguiente que la verdadera magnitud del asunto la impactó con toda su fuerza. A la entrada del turno, la jefa de enfermeras la interceptó para que fueran a hablar en privado a su oficina.

Ni bien se acomodó en su asiento, Candy recibió la siguiente noticia:

-Enfermera White, debo informarte que a partir de este momento dejarás de laborar en este hospital.

Candy sintió que el rostro le hormigueaba de la impresión. Apenas pudo hablar.

-¿Puedo al menos preguntar cuál es el motivo?

-Hay acusaciones muy graves en tu contra, White -dijo la jefa Jenkins.

-¿Acusaciones? ¿De qué?

-Se reportó un incidente que pone en entredicho tu ética profesional, al rebasar los límites de la confianza con uno de los pacientes.

Por estas demoledoras palabras Candy supo exactamente lo que había sucedido.

-Fue el Dr. Brooks, ¿no es cierto?

La jefa Jenkins se enderezó en su asiento, sorprendida de que Candy tuviera tal información.

-No estoy autorizada para decirlo.

Con mirada transparente, Candy se dirigió a Jenkins.

-El que ha faltado a su juramento médico ha sido él. Echó a Albert con amenazas y falseó reportes médicos por semanas. ¡El alta de Albert es una farsa que sucedió casi un mes después de su salida del hospital!

La jefa Jenkins guardó silencio por unos momentos, reflexionando sobre las palabras de Candy. No se trataba de la chica más seria que hubiera conocido, pero solo tenía buenas referencias de ella por parte de sus pacientes y el resto del personal. Su único defecto era, justamente, que dejaba que su corazón guiara sus actos por encima de la razón. Jenkins cruzó las manos encima del escritorio y reveló:

-Brooks ha firmado un reporte que afirma que te encontró… en la cama con el paciente de la habitación cero.

-¡Eso es mentira! ¡Eso es una infamia vil y cobarde! -gritó Candy, horrorizada de la forma en que se pisoteaba su honor-. Es imposible que usted crea eso de mí, usted que ha conocido de cerca el empeño que pongo en mi trabajo.

-Mi opinión, por desgracia, no importa -dijo la jefa de enfermeras, con gran amargura.

Un silencio helado invadió la habitación. Candy no pudo contener las lágrimas, pero no se cubrió el rostro porque nada tenía que esconder.

-Por ahora, las únicas personas que conocemos la naturaleza de ese reporte somos Brooks y yo -en el tono de voz, se reveló el desprecio que la jefa Jenkins sentía por el doctor-, pero me temo que si tu despido no se efectúa de inmediato, esto podría cambiar.

-¡Usted me cree! -afirmó Candy, con cierto consuelo-. Usted comprende lo que realmente ha pasado y los bajos motivos que ha tenido ese hombre para manchar mi honor. La única verdad es que Albert me abrazaba cuando llegó el doctor y, aunque mi conducta no fue la correcta, nada había de deshonesto en ese abrazo para el hombre que una vez me salvó de morir, al que me une el amor más puro, un amor que nos ha llevado al altar. Sí, toda la furia del Dr. Brooks se desató porque hice oídos sordos a sus halagos e insinuaciones. Enloqueció cuando supo que me casé con Albert, a quien tanto desprecia.

-Candice… No dudo de tus palabras, pero… el hecho de que hayas desposado al paciente en cuestión, poco hace para desmentir el dicho del doctor Brooks.

La jefa de enfermeras dio un hondo suspiro. De su cajón sacó un sobre con el dinero que le correspondía a Candy por los días laborados y lo puso frente a ella.

-Debes comprender que se trata de la palabra de un respetado doctor contra la de una enfermera novata. Lo siento Candice. Un escándalo sería mucho peor para ti que si aceptas el despido con discreción. Te ofrezco decir a las demás que tú renunciaste por motivos personales.

Candy dudó un poco, pero al final tomó el sobre con resignación. Se puso de pie y se marchó sin mirar atrás.

o + o

Albert se sorprendió al encontrar a Candy en casa cuando volvió de trabajar. Él siempre llegaba antes y tenía tiempo de preparar la cena. Aunque ella hizo su mejor esfuerzo por disimular, era obvio que había llorado. Albert se apresuró junto a ella para abrazarla.

-Mi amor, ¿qué ha pasado?

-Nada… bueno, sí… me han echado del hospital.

-¡¿Por qué?!

-No me lo han dicho -dijo Candy huyendo de los ojos de Albert.

Él suspiró y luego levantó delicadamente la barbilla de Candy para buscar su mirada.

-Candy, no quiero que sientas la necesidad de ocultarme nada, sobre ningún asunto. En adelante, quiero que lo compartamos todo, las penas y las alegrías.

Candy sonrió en señal afirmativa y Albert volvió a hablar.

-Esto es obra de Brooks, ¿no es cierto?

Candy solo se mordió un labio y dijo sí con la cabeza.

-¿Hay algo que pueda hacerse para remediarlo?

-Me temo que no. Él mintió en un reporte sobre mi conducta contigo, así como fue capaz de estampar su firma en un reporte falso de tu salida del hospital.

-Desgraciado…

-Albert, no quiero hacer más grande el asunto, por favor. Por ahora el daño está contenido. La jefa de enfermeras conoce la verdad y ha prometido que dirá que fui yo quien renuncié. Brooks ha sabido granjearse el favor del patronato del hospital y su palabra pesa mucho más que la de dos enfermeras.

Albert apretó los labios e inhaló fuerte para contenerse. Por ahora lo más importante era confortar a Candy.

-Todo estará bien, ya verás, mi amor. Si ese es tu deseo, encontrarás otro trabajo mejor muy pronto.

Candy se hundió en el abrazo de Albert, que tenía un increíble poder calmante.

o + o

El Dr. Brooks volvía de su almuerzo, que solía tomar en un café a pocas calles del hospital.

Esa mañana era inusitadamente airosa y por eso buscó refugio en un callejón para encender su cigarrillo. Estaba por encender el tercer fósforo para intentar una vez más, cuando una mano de hombre le acercó un mechero.

Brooks levantó la vista y dio un salto atrás al descubrir que se trataba de Albert. Qué diferente lucía esta vez. El gallardo joven había recobrado un sano color y había ganado peso. De no ser por su sencilla vestimenta, Brooks lo habría tomado por un acaudalado paseante.

-¡Usted! -fue lo único que atinó a decir el doctor.

-Efectivamente, se trata de mí.

Albert afirmó esto con una sonrisa irónica.

-¿Qué hace aquí, Albert?

-Lo estaba esperando.

-¿A mí? ¿Para qué?

El doctor se acomodó las gafas y se achicó ante la imponente figura de Albert.

-¿Para qué ha de ser? Para hablar sobre lo que le has hecho a Candy.

-Yo no sé de lo que está hablando -mintió Brooks.

-Sobre tu conciencia pesará el daño que has hecho a una mujer honrada, a una enfermera excepcional. Pero Candy no está sola, y muy pronto se repondrá de este golpe bajo. Solo vine a decirte que te mantengas muy lejos de ella y no se te ocurra faltar a su nombre. Si llego a enterarme de que esparces rumores sobre ella…

-¿Me estás amenazando?

Albert apretó el puño y se sobó los nudillos, mientras el doctor temblaba de miedo.

-Mira, Brooks, tú y yo no somos iguales. La gran diferencia es que yo no abusaré de mi fuerza a pesar de que nada me gustaría más en este momento. La justicia divina se encargará de ti, tarde o temprano. Pero si vuelves a intentar dañarla, de la manera que sea, me quedaré sin paciencia y no esperaré a que el castigo te caiga del cielo.

Albert remató esta frase dejando caer un puño sobre la palma de la otra mano y Brooks se estremeció de miedo. El patetismo del doctor casi hace reír a Albert, que se alejó con paso tranquilo mientras Brooks salía corriendo en dirección opuesta.

Continúa en Paraíso para dos – Capítulo 12

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