Paraíso para dos – Capítulo 10

¡Hola Alberfans! Ya llega el nuevo capítulo.

Debo decirles que no tenía intención de dejarles «a la mitad», ni a ustedes, ni a los rubios… más bien, intenté salir por la tangente al más puro estilo de Nagita con un «imagínenlo» para dar a los rubios un poco de privacidad en su noche de bodas. Por favor no me lancen tomatazos jajajaja

Pero debido a la avalancha de comentarios al respecto, les contaré un poquito más de lo que sucedió.

Lo que sí les puedo asegurar, es que ni me cruzó por la mente interrumpir un momento tan lindo y esperado por ellos (y por todas nosotras jeje).

+ o +

Capítulo 10: Misterios y Confidencias

Candy despertó a la mañana y, por un momento, la sorprendió sentir a Albert durmiendo junto a ella. Era una situación completamente nueva.

«Por todos los cielos… ¡qué esposo tan guapo tengo!», se dijo, y se quedó mirándolo a la luz matinal.

Todavía no podía creer todo lo que había sucedido en las últimas horas. Al salir de la iglesia del brazo de Albert, había creído que caminaba entre nubes. Luego, la maravillosa cena sorpresa y, por supuesto, su primera noche juntos.

Albert había sido muy gentil y cuidadoso al hacerle el amor. No se había sentido nerviosa, sino deseosa y expectante y, salvo por una momentánea sensación quemante, todo lo demás había ido bien.

Él, aun en sueños, se acercó más a ella y le pasó un brazo por encima. El abrazo de Albert siempre había tenido un poder calmante sobre ella, pero ahora el efecto de bienestar se veía magnificado por el amor que compartían.

Poco a poco, Albert fue despertándose. Lo primero que hizo fue dar un beso en la frente de su esposa.

-Acabo de darme cuenta -dijo él mientras acomodaba la almohada bajo su cabeza- de que, entre todos los preparativos de la boda, hay algo en lo que nunca pensamos… pero sí que nos hace falta una cama matrimonial.

-Tienes razón -contestó Candy entre risitas-. Podríamos ir hoy mismo a buscarla si quieres.

-No, no, no. Hoy nos ocuparemos de nosotros; otro día nos ocuparemos de la casa. Por cierto que… quería saber cómo te sientes hoy.

-Muy bien, fantástico, diría yo. ¿Por qué la pregunta?

-Ehm… no sé si tengas… alguna molestia o dolor.

-¡Oh! -murmuró Candy, al comprender a qué se refería-. Bueno, no, dolor no… tal vez una cierta… incomodidad. Supongo que se me pasará dentro de poco.

Albert solo sonrió y pegó un beso en la naricilla de Candy.

-Bueno, Albert, ya que hablas de ocuparnos de nosotros, es hora de que comamos algo, ¿no te parece? ¡Pasan de las 10 de la mañana!

Él, a modo de respuesta, se puso de pie para ir a asearse y no se detuvo en ponerse ni una bata antes de salir de la cama. Aunque solo le tomó unos pasos llegar hasta el cuarto de baño, fue tiempo suficiente para que Candy admirara el espléndido cuerpo de Albert al natural, a plena luz de día. Esta novísima situación pilló a Candy desprevenida. Con un inevitable rubor, Candy dijo para sí: «Hemos entrado en una época en que muchas cosas sucederán por primera ocasión».

Cuando volvió, más por el frío que por pudor, Albert se puso la pijama y la bata de dormir, mientras que Candy hacía otro tanto.

Se fueron a preparar el desayuno, lo que en realidad significaba que Albert vigilaría que Candy se mantuviera bien lejos de las hornillas de la estufa.

Candy tenía lo que él llamaba «toque dinamita» que hacía borbotear las ollas sin control y carbonizaba su contenido de manera inexplicable

Por esa razón, desde hacía tiempo, las labores de Candy en la cocina se limitaban a preparar ensaladas y platos fríos pero, si por casualidad se le ocurría probar una sopa o levantar una tapa para mirar, se desataba el desastre.

Ese día lo pasaron remoloneando en el sofá, conversando, tomando un bocadillo cada tanto o leyendo un libro cada quién. No había prisa de nada. En el torbellino de emociones que había sido preparar la boda, solo habían conseguido un par de días libres para compartir en total tranquilidad y de ninguna manera pensaban desperdiciarlos en labores de hogar.

Aunque muy pronto se encontraron de vuelta a la realidad, ahora se trataba de una vida cotidiana muy distinta. Si ya antes esperaban con ansias el momento de reunirse a la vuelta del trabajo, su nueva vida de casados tenía muchos más incentivos para pasar tiempo a solas.

Con cada encuentro amoroso iban comprendiendo mejor cómo compartir el placer, conforme la novedad cedía el paso al conocimiento íntimo de los esposos. Sin embargo, pocos días después, su vida marital les revelaría otro gran misterio.

Una mañana, el deseo los despertó muy temprano. Con dulzura y entusiasmo, se entregaron al amor.

Ella sobre Albert, se dejaba ir en la marea de sensaciones y delicias que el cuerpo de su amado tenía solo para ella. De un momento a otro, la sorprendió una ola gigantesca de placer que le estalló en el vientre y se extendió por todo su cuerpo, con un gemido tan intenso que, seguramente, lo habían escuchado los vecinos.

Cuando abrió los ojos, la expresión de su rostro era como si hubiera viajado hasta la luna y de regreso en un instante.

Albert, maravillado, apenas podía creer lo que acababa de atestiguar.

Candy, todavía jadeando, dijo:

-Eso fue…

-Como tiene que ser -completó Albert, deslumbrado.

o + o +

-Ya me asusta un poco cuando nos llamas así tan repentinamente -dijo Patty, mientras servía el té en la salita privada de su casa-, la vez pasada nos diste una noticia impactante.

-Esta vez no será diferente -contestó Candy, con un guiño.

Candy se retiró el guante y puso su mano delante de las chicas.

-Eso… ¿es una alianza de matrimonio?- dijo Patty, ajustándose los lentes sobre el puente de la nariz.

Candy dijo sí con la cabeza, y las chicas le saltaron a abrazos entre grititos de emoción.

-Pero… ¿cómo, cuándo? -dijo Annie con las manos en las mejillas.

-La semana pasada… nos fugamos para casarnos.

-Es una gran decisión -apuntó Patty-, aunque muy natural, diría yo. No te conozco hace tanto como Annie, pero nunca te había visto tan feliz.

-Es que yo nunca había sido tan feliz.

-Es lo mejor, Candy, que Albert y tú se casaran si eran novios y ya vivían juntos -dijo Annie-. Sé que no están en posibilidades de dar una gran fiesta, pero me habría gustado asistir a la ceremonia. De todos modos, podríamos organizar una pequeña recepción si nos dejas, ¿no es cierto, Patty?

-Se los agradezco mucho, chicas, pero Albert y yo ya hemos tenido nuestra celebración privada.

-¡Oh, Candy! ¿Cómo dices eso! -se escandalizó Patty, con gran rubor.

-No me refería a eso que estás pensando, Patty, sino a una cena romántica en un restaurante italiano, con demasiado vino quizás -dijo Candy, y luego lanzó una mirada traviesa a sus amigas al decir-. Aunque… debo confesar que las mieles del matrimonio son más dulces de lo que podía imaginar…

-¡Sí que lo son! -dejó escapar Annie con ensoñación, antes de darse cuenta de lo que hacía.

-¿Qué has dicho, Annie? -exclamó Candy-. ¡Con que sabes de lo que hablo!

-Nada, yo no dije nada -contestó Annie con palidez cadavérica.

Era demasiado tarde, había revelado su secreto mejor guardado.

-No hace falta que hables más, lo hemos entendido todo -dijo Candy, entre risas-. Debo decir que me has dejado de una pieza, Archie y tú siempre tan correctos, ¿quién lo dijera!

-Pero… pero… ¡Estamos comprometidos, y además solo fue una vez!

-Annie, será mejor que no digas una palabra más, estás cavando tu propia tumba -dijo Patty sin parar de reír.

La única que no reía era Annie, muerta de vergüenza por la involuntaria confesión que acababa de hacer. Fue tal su mortificación que se cubrió el rostro y comenzó a llorar.

-¡Tranquila, Annie! -dijo Candy al tiempo que la abrazaba-. No hace falta que seas tan llorica. Se trata de nosotras, no tienes que preocuparte de nada.

-Perdóname, Annie… si me he reído ha sido por la falta de costumbre de hablar sobre ese tema, y con un poco de envidia, si te digo la verdad -confió Patty, y acarició con dulzura el cabello de Annie, para calmarla.

-Tus confidencias están a salvo con nosotras, y no hace falta que hablemos sobre eso si no quieres. Solo hay algo que me gustaría saber: dijiste que Archie y tú están comprometidos, ¿cómo es que no lo sabíamos?

Annie, todavía moqueando sobre su elegante pañolito bordado, dijo:

-Porque sus padres se oponen rotundamente, desde que se supo que fui adoptada. ¡No se diga la tía Elroy! Ni siquiera he querido decírselo a mis padres. Ellos tampoco lo consentirán si saben que los Ardlay reprueban el matrimonio, y seguro que me prohibirían volver a verlo. Archie lleva meses pidiendo audiencia con el tío William para suplicar su ayuda, pero su secretario privado solo dice que está indispuesto, o fuera de la ciudad.

-Voy a escribirle al tío William, seguro que te ayudará si se lo pido. Albert dice que con todo lo que me ha perdonado, es obvio que mi benefactor tiene el corazón blandengue por mí, y que me consiente demasiado.

-¿Harías eso por mí? -dijo Annie, elevando sus ojos esperanzados hacia Candy.

-¡Desde luego, Annie! Mañana mismo le haré llegar la carta a través de Georges.

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