¡Hola! Aquí les traigo un nuevo capítulo de «Paraíso para dos», esperando que lo disfruten mucho… Albert y Candy han tomado una decisión importante y ahora veremos cómo cambiarán sus vidas a raíz de ella. En siguiente capítulo ya se está cocinando, así que espero poder actualizar muy, muy pronto. Déjenme sus opiniones sobre este capítulo y sobre la historia en general, ¿qué creen que sucederá?
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Capítulo 4 – El Sr. White
Solo al salir del parque tomaron conciencia de la hora que era. Salvo los bares, todo estaba cerrado.
-Faltan unos meses para que cumpla veintiuno -dijo Candy con algo de agobio-, así que no me dejarán entrar.
-Entonces, hablemos mañana.
-No, no, no. Vamos a buscar dónde pasar la noche ahora mismo.
-No pensé que tuvieras tanta urgencia por irnos a vivir juntos -bromeó Albert, al tiempo que le retiraba el cabello de la cara…
Candy se quedó lívida cuando escuchó eso de «vivir juntos» en voz alta.
-Vamos a vivir en la misma casa pero… nosotros… no…
-¡Candy, ya lo sé! -dijo Albert sin poder reprimir una carcajada-. No me estaba haciendo ninguna otra idea. Este arreglo de vivienda será totalmente honorable.
Albert levantó la palma en señal de juramento, para tranquilizar a Candy.
Ella dio un resoplido, algo avergonzada, pero decidida a continuar con el plan.
-Sé exactamente dónde preguntar, porque en un bar no van a darnos la respuesta que necesitamos -dijo ella, sin atreverse a mirar a Albert a los ojos.
A pocas calles encontraron una farmacia de guardia, y el boticario les dio un par de direcciones donde quizá podrían alquilarles un alojamiento.
En el primer lugar al que fueron, ni siquiera les abrieron la puerta. En el segundo lugar todo estaba ocupado, pero el velador les dio referencias de una vecina que tenía una pequeña vivienda en alquiler.
La casera, malhumorada porque la habían despertado, les mostró el único departamento que estaba libre. Se componía de una pequeña estancia con cocineta y una habitación con baño privado.
-Por ahora no me queda ningún apartamento con cama matrimonial -dijo la casera al abrir la puerta del único cuarto con literas-. Porque… están casados, ¿cierto?
-¡Por supuesto! -afirmó Candy, adelantándose a Albert.
Sin embargo, tanto ella como Albert se quedaron algo cortados ante la perspectiva de compartir habitación.
-Podemos seguir buscando -dijo Albert al fin.
-No. Está bien aquí. Si no nos decidimos nos dará la mañana buscando.
-Muy bien, necesito algún documento de identidad -pidió la casera.
Candy presentó su credencial de enfermera.
La casera la revisó con atención, quedó conforme, y le pidió a Candy firmar el registro. Luego extendió la estilográfica a Albert.
-¿Sr. White…?
Le tomó a Albert unos momentos darse cuenta de que le hablaban a él.
-Firme usted también al lado de su esposa.
-Claro, sí. Aquí, ¿verdad?
Albert y Candy intercambiaron una rápida mirada de complicidad.
Él sonrió mientras anotaba una letra tras otra, hasta completar «Albert White». A falta del suyo propio, había adoptado el apellido de Candy. No estaba mal. No estaba nada mal.
En cuanto se quedaron a solas, todo se sintió muy real.
Lo que Albert había dicho era cierto: esto era muy diferente a cuando la había rescatado en el río. Ya no era una niña al cuidado del muchacho que la había salvado de ahogarse, era una mujer que había decidido (e insistido) en vivir con él. Pero era muy tarde para perder el tiempo en titubeos que ya no venían al caso.
-¡Me pido la cama de arriba! -exclamó Candy para romper la solemnidad del momento, y corrió a ocupar su lugar.
Albert siguió su ejemplo y se tumbó con desparpajo en la cama de abajo. Mientras se quitaba las botas, lo sobresaltó la cara sonriente de Candy, asomada desde arriba, que decía:
-Mañana te conseguiré ropa de dormir. Hoy no queda más que dormir con lo puesto.
-No te preocupes por eso -contestó él, y cayó en cuenta de que sus días de dormir en ropa interior habían terminado.
Aunque los dos seguían abrumados por todos los eventos del día, el agotamiento no tardó en apoderarse de ellos.
A la mañana siguiente, el primero en despertar fue Albert. Era muy temprano, pero tenía un hambre voraz; no había probado bocado desde la tarde anterior y, seguramente, Candy tampoco. Era imperativo conseguir algo de comer, así que salió sin hacer ruido. A un par de calles, había un mercadillo donde consiguió lo que hacía falta.
Cuando volvió al departamento, Candy seguía dormida.
Albert se ocupó del desayuno, y solo cuando estuvo todo listo, fue a la habitación.
-Despierta, dormilona, o se te hará tarde para el trabajo.
Candy, que todavía no estaba acostumbrada a escuchar esa voz dulce por la mañana, creyó que soñaba. Sin abrir los ojos, habló con un suspiro:
-Hmmm, Albert…
Y luego se dio la vuelta para seguir durmiendo.
Sorprendido y al mismo tiempo complacido por tener ese efecto en ella, Albert apenas pudo contener la risa.
-Candy… es hora de despertar. -volvió a decir, esta vez palmeando con suavidad su espalda.
Esta vez, Candy sí despertó de golpe.
-¡Oh, cielos! Tienes razón… debo irme ya.
-No sin antes tomar tu desayuno.
-¿Desayuno? -dijo Candy enderezándose.
Al instante su estómago borboteó por el hambre, y ambos rieron.
-Está listo, te espero en el comedor -dijo Albert antes de salir de la habitación.
Candy se aseó en el cuarto de baño lo mejor que pudo, considerando que tuvo que ponerse la misma ropa con la que había dormido.
Cuando vio la mesa puesta con un sencillo pero apetitoso desayuno, plantó un beso en la mejilla de Albert y se sentó para comer.
Los dos estaban muy hambrientos y comieron de buena gana. Candy quería ocuparse de los trastes, pero ya no había tiempo y no estaban las cosas como para tener un reporte por retardo.
Se despidieron con un dulce beso de enamorados, y Candy se apresuró escaleras abajo, saltando alegremente los escalones de dos en dos.
Albert se asomó por el barandal para hablarle.
-Disimula un poco, Candy, si no quieres que nuestro amigo el Dr. Brooks nos descubra hoy mismo.
-Tienes razón -contestó ella, llevándose el dorso de la mano a la frente y mordiéndose el labio de manera teatral.
-En serio… ten mucho cuidado -dijo Albert, esta vez con preocupación.
-Lo tendré -contestó ella, enseriándose.
Durante su hora del almuerzo, Candy pidió permiso para hacer una breve llamada telefónica y pidió a la operadora que la comunicara con la familia O’Brien.
Con cada timbrazo, Candy se ponía más nerviosa, tenía tantas cosas que contarles a sus amigas, pero todo eso tendría que esperar.
Finalmente, del otro lado de la línea se oyó una voz amistosa. Candy no le dio oportunidad de saludar.
-¿Patty? Necesito un favor gigantesco, ven al hospital a mi hora de salida. ¿Puedes avisar a Annie para que venga también?
-Sí, Candy. ¿Está todo bien?
-Te lo contaré todo entonces, ¿de acuerdo?
Patty no alcanzó a contestar porque Candy ya había colgado.
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Les confieso que mi parte favorita del capítulo fue la parte del Sr. White. Ahora que lo pienso, en la historia original esto pudo haber sucedido, ya que los rubios fingían ser hermanos, pero la única en tener documentos de identidad era Candy, así que podría haber pasado como los hermanos White… espero sus comentarios.