Paraíso para dos – Capítulo 2

¡Hola, hola! Pues las ideas sobre este fic comenzaron a fluir gracias a todos sus comentarios. No creo que será muy largo, pero aun así quedan cosas interesantes por contar. Ya imagino que me dirán que el capítulo está cortito comparado con el primero, aunque en realidad iba a ser un one shot y prácticamente equivale a 3 capítulos. Me disculpo de antemano, no escribo tan rápido como quisiera, pero sepan que lo hago con mucho cariño para todas las Albertfans.

Déjenme sus reviews por favor, me llenan de alegría.

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Capítulo 2 – Un pacto sin honor

Candy, aunque no se atrevió a confesar lo que pensaba, se imaginó colgada del brazo de Albert, esperando por el tren para irse de viaje con él. Era una imagen perfecta.

-¿Qué tanto estás pensando? -preguntó Albert, al notar la expresión ensimismada de Candy- A que no es tan mala idea fugarnos…

-Dame al menos unos minutos para recuperarme de la sorpresa. Hace un instante cambió todo entre nosotros.

-Quizá no es que todo cambió, sino que al fin quedó claro.

-Puede ser… sí -contestó Candy, bajando la mirada para reflexionar sobre eso.

-Seriamente, Candy, no veo ningún motivo para continuar hospitalizado. Pediré que me den de alta y buscaré un trabajo. Me encantan tus visitas diarias, pero prefiero pasear contigo por la ciudad. Mejor aún: por el campo, al aire libre… eso sería perfecto.

Albert volvió a colocar sus brazos alrededor de Candy, y ella soltó una risita nerviosa.

Apenas Candy tuvo un momento de lucidez, pensó «Estoy enamorada perdida de Albert… ¡De Albert! ¡Cielos, qué le voy a decir a Terry?»

No tuvo tiempo de preocuparse de eso, porque al instante la puerta se abrió con un golpe seco.

-¡Qué demonios está pasando aquí! -resonó una voz indignada.

-¡Dr. Brooks! -exclamó Candy al verse descubierta, mientras se cubría la boca con ambas manos.

El Dr. Brooks vociferó:

-¡Enfermera White, su despido surte efecto de inmediato!

Y, tras esta sentencia, salió del cuarto cero hecho una furia.

Albert corrió detrás del doctor, mientras que Candy cayó de rodillas al suelo, llorando desconsolada y muerta de la vergüenza.

Albert se interpuso en el camino del doctor, para evitar que se marchara, y rogó:

-Doctor, por favor, no se vaya sin escucharme.

-¡Ni se le ocurra amenazarme, señor Albert, que ya está con un pie en la cárcel!

Albert levantó las manos en señal de rendición, y eso pareció tranquilizar al doctor, que al fin se detuvo.

-Doctor, le juro que esto nunca había pasado. El comportamiento de Candy ha sido intachable.

-Mire, Albert, lamento terriblemente lo que ha pasado. Usted no tiene nada que perder, pero ha hecho caer la desgracia sobre una enfermera muy competente. Espero que esté satisfecho.

-Se lo ruego, doctor, de hombre a hombre… no haga pagar a Candy por mi atrevimiento. Ella…

-Ella estaba en sus brazos, riendo como una colegiala -agregó el Dr. Brooks, con más resentimiento del natural.

-Yo me iré ahora mismo, no volverá a saber de mí, pero le imploro que no le diga a nadie lo que ha pasado. Usted mismo lo ha dicho, se trata de una enfermera muy competente y no puede ser que por un error, el primero de su carrera, lo pierda todo.

-Si es la primera o la veinteava vez, no tiene ninguna importancia. Enredarse con un paciente -al Dr. Brooks se le atascaron las palabras en la garganta, herido de celos. Se acomodó las gafas antes de siquiera poder continuar-… Este es un desliz imperdonable.

Albert estudió el semblante del doctor y supo que la severidad del castigo tenía más que ver con el orgullo lastimado de aquel hombre, que con su preocupación por la ética profesional. Viendo que se trataba de una situación desesperada, Albert se armó de valor para hacer una promesa:

-Si usted me jura que no tomará represalias contra la Srita. White, si me jura que guardará silencio sobre lo que ha visto hoy… me iré sin dejar rastro y… sin ninguna pista sobre mi paradero.

El doctor giró su cara lentamente para mirar a Albert, realmente sorprendido. Entendió que se trataba de una promesa seria. «Así que el infeliz desmemoriado se ha enamorado de veras», se dijo.

El doctor se quedó en silencio, sopesando la situación. Seguía sin reponerse de la impresión de ver a Candy en los brazos de un vagabundo, cuando él mismo, un doctor, un hombre en toda regla, había intentado sin éxito llamar la atención de la muchacha. No es que lo hubiera rechazado, ¡ni se había dado cuenta de que la pretendía! «¿Cómo puede ser tan ingenua y desperdiciar su cariño en un pelagatos sin futuro, por más buen mozo que sea? ¡Lo que daría cualquiera de sus compañeras porque yo les dedicara la más mínima distinción!», se lamentaba el doctor.

Con la cabeza un poco más fría, el Dr. Brooks tuvo que admitir que con despedir a Candy en medio de un escándalo, lo único que iba a conseguir sería arrojarla a los brazos del vagabundo, y cortaría de tajo toda esperanza de conquistarla. Solo si lograba que Albert desapareciera de la vida de Candy, él tendría una oportunidad.

-¿También promete que no volverá a buscarla jamás?

-¿Jamás? -dijo Albert, con un estremecimiento.

-Tenga un poco de dignidad y hágale la vida fácil a su amiga, si es que le tiene alguna estima… ¿qué podría usted ofrecerle, más que problemas y estrecheces?

El corazón de Albert se encogió de dolor, porque no tenía argumentos para contradecir aquello.

-¿Tengo su palabra? -insistió el doctor.

Albert tragó en seco, antes de contestar:

-Solo si me jura que Candy estará a salvo, y que nada de esto se sabrá, ni peligrará su trabajo.

-Se lo juro -dijo el doctor, ofreciendo la mano-. Tampoco debe saber lo que hemos hablado.

-Por mí no lo sabrá -dijo Albert, antes de cerrar el trato con un funesto apretón de manos.

El doctor dio media vuelta para regresar a la habitación, y un Albert abatido lo siguió sin protestar.

Candy, que seguía hecha un mar de lágrimas, se sobresaltó al verlos entrar.

-Doctor Brooks, yo…

El doctor interrumpió a Candy, alzando la mano para pedir silencio.

-Enfermera White, ahórrese las excusas que de nada le valen. En consideración a su desempeño, omitiré dar parte de su… comportamiento a la jefa de enfermeras. Pero no olvide que la estaré vigilando de cerca.

-¡Gracias, oh, gracias! -dijo ella entre sollozos.

-Entenderá que su falta hace que todo contacto con este paciente sea imposible -sentenció el doctor, con satisfacción mal disimulada-. Será reasignado a otra enfermera a partir de este mismo momento.

Candy no se atrevió a protestar y se dispuso a salir en cuanto el doctor le hizo una seña para que se marchara.

Albert y Candy solo pudieron intercambiar una mirada antes de separarse.

El Dr. Brooks se hurgó en los bolsillos para buscar unos cuantos billetes, que echó sobre la única silla de la habitación, y salió sin decir palabra.

Tan pronto la habitación y el pasillo quedaron en total silencio, Albert se desplomó.

Se talló la cara con las manos, pero ni eso contuvo sus lágrimas silenciosas. Apenas se dio unos segundos para lamentarse, y de inmediato reunió sus pocas pertenencias para salir por la puerta.

Continúa en Paraíso para dos – Capítulo 3

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