Tu silueta a contraluz – Capítulo 18

Nuestra pareja consentida ha tenido que superar bastantes obstáculos, pero su futuro cercano está lleno de alegrías. Así llegamos a uno de los últimos capítulos…

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Capítulo 18

Nuestra boda religiosa se celebra en la iglesia de la villa cercana a Lakewood, nos acompaña una treintena de personas. Afuera de la capilla se escucha un revuelo; me doy cuenta de que ha llegado la novia. Entra del brazo de su hermano Tom, mientras un murmullo de admiración recorre el recinto. Al verla acercarse a mí por el pasillo, debo hacer un esfuerzo para mantener la compostura.

Está hermosísima con el velo de novia y las flores en sus sienes. Me sorprende lo rápido que parece ir la ceremonia hasta que intercambiamos las alianzas, el momento definitivo en que nos hemos unido en matrimonio.

Al tratarse de una ocasión formal, visto mi traje de gala escocés y eso ha complacido bastante Candice.

-Me he casado con mi príncipe -es lo primero que me dice al salir de la iglesia.

La Señorita Pony y la Hna. María son las primeras en abrazarnos cariñosamente. La señorita Pony se deja llevar por su entusiasmo y me da un sonoro beso en la mejilla. Así como ha sido una madre para Candice, de buena gana lo será también para mí. La Hna. María, un poco más contenida, me toma de las manos y me dice cuánto pedirá por nuestra felicidad. Jamás olvidaré cómo me infundió ánimos para luchar por el amor de Candice.

La gran sorpresa la da la tía Elroy, que se seca las lágrimas cuando viene a felicitarnos.

-Me recuerdas tanto a tu padre hoy, querido Albert. No tengo dudas de que serás muy feliz -me dice, y luego la pierdo de vista entre un remolino de abrazos y parabienes.

Nuestro banquete de bodas se celebrará en Lakewood. Ahora mismo están tomando las fotos del cortejo. Espero mi turno para la foto grupal, mientras Candice y sus damas de honor posan frente a la cámara. Annie y Patty flanquean a la novia para la foto. El fotógrafo me dice algo sobre la composición de la imagen con las tres bellas damas. Yo sólo puedo mirar a Candice.

El banquete está animado por una banda de que toca ragtime y charlestón, y también por numerosos chiquillos del hogar de Pony, que corren entre las mesas haciendo travesuras. Aunque los bailes modernos no están entre mis fortalezas, tengo el ánimo festivo al bailar con Candice. No somos los únicos que disfrutamos de la fiesta; cuando Tom y Patty pasan danzando junto a nosotros, Candice me dice con suspicacia:

-Esos dos no se han separado desde que salimos de la iglesia.

Parece que Annie también tiene algo que decir al respecto, porque cuando nos cruzamos con ella y Archie en la pista, Annie señala en dirección de Patty con una gran sonrisa.

Pasaremos nuestra luna de miel en las Cataratas del Niágara. Desde que Archie habló del teleférico, Candice no se lo ha podido quitar de la cabeza. Estoy seguro de que es la única novia que espera que se quede detenido a mitad del cruce porque «sería muy emocionante».

En cuanto a la noche de bodas, decidí que no era buena idea pasarla en Lakewood y Candice estuvo muy contenta de saberlo. Creo que en una casa donde vive tanta gente ninguno de los dos podríamos sentirnos en verdadera confianza para un momento tan especial. Lo que no le he contado es en dónde pasaremos nuestra primera noche juntos como marido y mujer; es una sorpresa que me he reservado a pesar de sus insistentes pesquisas.

Al caer la noche, dejamos la fiesta y vamos de la mano hasta el auto aparcado a la entrada de la mansión. Yo mismo conduciré hasta nuestro destino.

Jamás olvidaré la cara de sorpresa que pone al darse cuenta que nos deteníamos frente al Magnolia.

La ayudo a salir del auto y se apresura con entusiasmo a la puerta, pero justo frente a ella se detiene, me mira con gesto preocupado para decirme:

-Nuestro antiguo casero se dará cuenta de que no estábamos casados antes, ni éramos familia.

Le doy alcance y, cuando estoy junto a ella, le digo:

-La casa está completamente vacía, no tienes de qué preocuparte.

De mi bolsillo saco las llaves y tan pronto giro la cerradura de la entrada principal, me invade una oleada de recuerdos maravillosos de nuestra vida aquí. Subimos al apartamento de la mano. Qué diferente es todo desde la última vez que estuvimos juntos en este lugar.

Abro la puerta y levanto a Candice en brazos para cruzar el umbral. Tan pronto entramos, Candice nota el intenso perfume de las flores que hay adentro. Con ella aun en mis brazos, busco a tientas para encender la luz, pero es Candice quien logra accionar el switch con el pie. Esto nos hace reír de buena gana. Con la luz encendida es posible ver el salón lleno de arreglos florales y Candice quiere ir a mirarlos. Tan pronto posa sus pies en el suelo, va de un lado a otro lanzando expresiones de júbilo.

-Son todas tan hermosas, Albert -me dice sin quedarse quieta.

Algo me hace pensar que su ir y venir es mitad entusiasmo y mitad nerviosismo, pero yo también necesito un momento para serenarme.

Cruzo el salón y me detengo junto a la ventana, abro las cortinas y miro hacia afuera.

Candice se acerca a mí y me abraza, mientras me pregunta:

-¿Por qué elegiste este lugar para nuestra noche de bodas?

-Fue en este lugar donde pensé por primera vez en hacerte mi esposa, justo aquí, en esta ventana. Una vez, cuando volviste del trabajo, te quedaste viendo el atardecer. Yo miré tu silueta a contraluz y pensé que si ya compartíamos los trabajos y empeños de llevar un hogar -luego voy hasta su oído y murmuro en tono bajo-, ¿por qué no compartir también los placeres?

Parece que mi aliento le hace cosquillas en el oído, porque se estremece un poco.

-Yo también tengo mi propia confesión -dice mientras acaricia mis manos-. ¿Recuerdas cuando me encontraste, justo después de que me escapé de la trampa de Neil?

Trago en seco de solo recordar el peligro que corrió y afirmo con la cabeza, intentando no pensar en eso. Ella continúa:

-Me pediste compartir las tristezas y las alegrías. Me dijiste que en adelante seríamos más amigos. Yo me pregunté cómo podríamos ser más cercanos si ya vivíamos juntos… y sólo se me ocurría una forma…

Al decir esto se sonroja y oculta su rostro en mi pecho, con esto me doy cuenta de que ya entonces llegó a pensar en mí de forma íntima. Esto me llena de sorpresa y agitación.

-¡Candice, eres una diablilla!

Me dedica una mirada traviesa que me devuelve a la realidad de que es nuestra noche de bodas. Me alivia saber que piensa en nuestra vida marital con alegría, es algo de lo que nunca hablamos antes, ¿cómo podríamos? Hasta cierto punto me preocupaba que pudiera pensar en lo que sucede en la alcoba como una obligación. Con esto me doy cuenta de que, si soy cuidadoso y atento, lograré hacerla feliz en todos los sentidos.

-Me encanta saber que no era el único que pensaba en eso…

Me quedo repentinamente en silencio.

-Ibas a decir algo más -asegura ella.

Niego con la cabeza porque lo que me callé es bastante atrevido, pero ella insiste de una forma que no puedo resistir. Y si lo pienso bien, ahora es mi esposa y quiero que lo sepa.

-Está bien, voy a contártelo. Mientras estuviste en el ferrocarril, tuve mucho tiempo para imaginar el momento de tu regreso. No pocas veces soñé con que llamaría a tu puerta, en medio de la noche, para llevarte a mi habitación… y hacerte el amor.

Nos miramos a los ojos. Nada hay para ocultar de este amor completo y transparente que nos une.

Ella me responde: -Ahora es mi sueño también… y quiero que lo hagas realidad.

Continúa en Tu silueta a contraluz – Capítulo 19

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