Tu silueta a contraluz – Capítulo 17

Ha llegado la hora de saber qué es lo que Terry pretende al reunirse con Albert en privado. Algunas me han dejado sus teorías, veremos si adivinaron lo que sucederá. Gracias por sus reviews del capítulo anterior. Espero que este también lo disfruten y por favor me dejen sus comentarios…

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Capítulo 17

Candice sabe que estoy en Milwaukee, pero no el motivo de mi viaje. No lo ha preguntado, así que no tuve que contárselo. La verdad es que con lo poco que me ha dicho Terry en su carta, yo tampoco lo tengo muy claro.

Cené en el restaurante del hotel sin mucho apetito, y vine directo al teatro.

Tan pronto abren el recinto pido al acomodador que me lleve hasta mi asiento, al centro de la tercera fila. Terry me reservó uno de los mejores lugares.

Mientras dan la tercera llamada, me entretengo leyendo el programa y me encuentro con la primera sorpresa. Terry protagoniza «La Tempestad» de Shakespeare, como el exiliado Duque Próspero. Es un personaje muy mayor para la edad de Terry, hubiera esperado que hiciera el papel de Ariel o del príncipe Ferdinand.

La segunda sorpresa es la propia actuación de Terry. Mucho había oído y leído de su talento, pero hasta ahora atestiguo la gran calidad actoral que tiene. A pesar de mis dudas iniciales, hace de Próspero de forma convincente. La caracterización ayuda mucho y solo reconozco a Terry por su voz.

Al finalizar la función, el público se rinde ante la compañía teatral, aplaudiendo de pie. Las luces del recinto se encienden y me doy cuenta de que Terry me busca con la mirada. Al verme, hace una reverencia con la cabeza a manera de saludo.

El teatro se va vaciando y, cuando me dispongo a salir, me alcanza uno de los acomodadores, con un mensaje de Terry pidiendo que espere por él en el Bar «La Estrella», a un par de calles del teatro.

Como ha sido una función de gala, voy al guardarropa por mi abrigo y mi sombrero de copa antes de dirigirme al bar.

No debo esperar mucho por Terry, que me saluda efusivamente tan pronto llega a «La Estrella». Me pregunta cómo ha estado la función y hablamos de eso mientras llegan a tomarnos la orden.

Pido un bourbon old fashion, pero Terry detiene al mesero y cambia la orden por una botella entera.

El mesero nos pone delante un par de vasitos chateau y la botella de bourbon.

-A que no adivinas a quién he visto esta mañana -dice Terry luego de dar el primer sorbo-. A la señorita Lagan.

-¿Eliza? Tienes razón, no podía imaginarlo.

-Estaba de paso por la ciudad y me ha pedido encontrarnos.

Por el tono en que lo dice, Terry sabe que no es una casualidad que Eliza «estuviera de paso» por Milwaukee. En cuanto a cómo supo que la compañía estaría en la ciudad, sólo nos queda especular.

-No puedo decir que te envidio -le digo-. ¿Así que te encontraste con ella?

-Tuve que hacerlo por cortesía. Ha venido a todos mis estrenos en Nueva York, no ha faltado a uno solo. No hace mucho, me escribió una larguísima carta, muy amable. Por su contenido, cualquiera diría que somos grandes amigos de la infancia.

-Me parece que no tiene reparo de mostrar sus intenciones contigo -digo sin poder reprimir una sonrisa.

-Ya, ya -dice Terry, elevando los ojos hacia el cielo-. Yo haré como que no me doy cuenta. Espero que se aburra de mí antes de que deba rechazarla abiertamente.

-Yo también lo espero. Creo que lo llevaría muy mal. Desde que la dejaron plantada en el altar, tiene frecuentes ataques de nervios.

Terry y yo nos reímos a costa de Eliza. No me siento orgulloso de eso, pero hablar de Eliza nos da un tema impersonal para charlar. Las circunstancias son muy diferentes a cuando vivíamos en Londres y nos implican de una forma tan delicada que, hablar de sí mismo, es hablar un poco de la vida del otro. La misma persona que antes nos unía, es la que ahora nos hace guardar la distancia.

Repentinamente, Terry adopta un tono serio.

-Desde… desde que murió Susana, me ha pasado algo similar con tres o cuatro mujeres. Es tan extraño, incluso incómodo. Ninguna de ellas me ha ofrecido una amistad sincera, es evidente que tienen segundas intenciones. Y yo, bueno, no estoy listo para eso. Quiero vivir mi duelo en soledad… No, no estoy solo en realidad…

Sus ojos brillan con orgullo de padre. Me muestra una foto de su pequeña hija. Juliet ha crecido mucho desde la última vez que la vi y es el vivo retrato de la madre.

-¿Sabes, Albert? Amé a Susana, lo hice. Me uní a ella por motivos diferentes a los que hubiera querido y tuvimos un inicio muy difícil, pero al final… hubo momentos muy buenos -Terry se queda con la mirada perdida un instante-. El primer año le hice pagar mi resentimiento, no sé cómo fue capaz de soportarlo. Pero, luego, supo cómo hacerse necesaria para mí. Yo volvía a casa contento y la echaba en falta cuando salía de gira. De lo que me arrepiento es de no haberla querido antes, de no atesorar cada momento.

-En verdad lo lamento, Terry.

-Di por hecho que teníamos muchos años por delante. No es la primera vez que cometo ese error.

Ambos sabemos de quién habla sin que diga su nombre. No sé si se atreverá a hablarme de ella, pero ahora soy yo quien vacía el vaso de un trago. Por si acaso.

-Nunca estuve con Candy de la forma que ella necesitaba -dice él, y siento un malestar en la boca del estómago al escucharlo mencionar su nombre-. Después del desastre del San Pablo, debí quedarme cerca, cuidarla como merecía; pero todo lo demás parecía tan apremiante. Y luego, no me bastó un teatro en Chicago para estar cerca de ella, no, debía ser Broadway.

Tiene razón en todo, pero no puede pedirme que sienta compasión por sus errores y la culpa que ahora lleva a cuestas. Sigo sin entender qué quiere de mí.

Terry fija la mirada en el trago que tiene delante y dice:

-El tiempo que compartí con ella en el San Pablo fue breve y las ilusiones demasiado grandes. Fui tan estúpido como para creer que el tiempo y la distancia harían una excepción con nosotros. Una carta ocasional, un encuentro cada tantos años, sin ninguna firme promesa… eso no alcanza para mantener viva la llama. En cambio tú… No puedo imaginar un mejor hombre para ella.

Al menos entiende que no hay comparación entre su comportamiento y el mío. Sin embargo, resiento que quiera desahogarse precisamente conmigo.

-Terry, para ya…

-¡No! Quiero decirlo, quiero recordarlo para no volver a fallarle a una mujer de la forma que le fallé a Candy, y a Susana.

Me doy cuenta de que he vaciado mi trago más rápido de lo que creía y debo llenar mi vaso nuevamente. Escuchar a Terry hablar de Candice me llena de inquietud. Por un momento creo que ya ha terminado, pero él me mira de frente y vuelve a hablar.

-Antes te dije que ninguna mujer me había ofrecido su amistad verdadera, pero no es así. Candy sí lo hizo, me ofreció su amistad. Y nada más.

Esto era lo que quería decirme. Se sirve bourbon hasta el tope y lo bebe entero. Parece que hay algo más, veo que duda en decirlo y no estoy seguro de querer saberlo. Finalmente habla.

-La última vez que vi a Candy en Nueva York, le pedí que se quedara, que fuera mi mujer. En mi dolor, fui tan egoísta como para robarle la paz, sabiendo que estaba contigo.

Aunque lo sospechaba, al saberlo me hierve la sangre, aprisiono a Terry por el cuello de la camisa y él queda petrificado por mi rostro lleno de furia. Entonces hace algo que me desconcierta. Endereza la espalda y baja los brazos; así me hace saber que si quiero partirle la cara no pondrá resistencia.

Cierra los ojos, esperando el golpe. Ya antes ha probado mis puños y viene a por más, sabe muy bien que lo merece. La situación es tan absurda que me da un momento para apaciguarme. Suelto sus ropas y dejo caer mis manos sobre la mesa, pero la amargura sigue sin abandonar mi rostro.

-¡Cielo santo! ¿Qué pretendes, Terry?

El deja escapar la respiración que estaba conteniendo cuando es claro que no echaré mano de la violencia. Se queda con la cabeza baja y ni se molesta en alisarse la camisa.

-No te digo esto para enfadarte, Albert. Te lo digo para que la lleves al altar sin duda alguna, con todas las certezas que puedas necesitar.

Mi orgullo quiere decirle que jamás dudaría de Candice, pero confieso que me siento aliviado, así que guardo silencio. Aunque me pese, Terry ha llevado razón en decírmelo. Echaba en falta saber que, aun cuando Terry hizo un último intento desesperado, Candice quiere hacer su vida conmigo. Si recuerdo bien, fue después del viaje a Nueva York que ella me abrió por completo su corazón.

Terry vuelve a llenar los dos vasos y bebemos en silencio, sin prisa; ambos necesitamos unos momentos para digerir lo que acaba de ocurrir. Al terminar su bourbon, sin mediar explicación, Terry pide la cuenta. Lo que debía decir ya ha sido escuchado.

Cuando el mesero trae la cuenta, Terry me hace un ademán de que no saque mi billetera y me dice que él invita. Posa su mano sobre la botella que todavía está a la mitad, con intención de llevarla, parece dudar unos momentos y al final deja la botella sobre la mesa. Ambos nos ponemos de pie. Sólo hay una cosa más que quiere decirme y espera hasta que estamos en la calle, listos para despedirnos.

-Albert, no espero una invitación para la boda… pero me gustaría recibir una participación una vez que se hayan casado. Me alegrará saberlo.

Hago una breve inclinación con la cabeza.

-Adiós, Albert -me dice en un tono que suena definitivo.

Le dedico una última mirada, tiene un aspecto solitario, pero no sombrío. Doy un toque a mi sombrero de copa y le digo:

-Adiós, Terry.

Continúa en Tu silueta a contraluz – Capítulo 18

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