En el capítulo anterior, Candy y Albert tuvieron un encuentro muy especial en la casona donde alguna vez vivió Albert…
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Capítulo 16
Tomo a Candice de la mano y salimos de la casona en silencio. Tanto ella como yo estamos algo conmocionados por la forma en que acabamos de besarnos. Es un adelanto muy esclarecedor de lo que nos espera en un futuro cercano y, aunque sería muy impropio que lo dijéramos abiertamente, sé que ella también lo está pensando.
Queda todavía una hora de luz, antes de la puesta de sol, así que de camino a Lakewood tomamos la vereda que pasa junto al pie de la cascada. Ha llovido bastante a últimas fechas, de modo que el caudal de la cascada levanta mucha bruma, y parece una nube dorada a la luz de la tarde. Candice, intentando recobrar una conversación neutral, dice:
-Nuestra cascada está realmente hermosa hoy. No será como las cataratas del Niágara, pero es digna de una luna de miel.
Tan pronto termina la frase, Candice se da cuenta de que ha revelado que sus pensamientos giran en torno a bodas y lunas de miel. Una gran sonrisa aparece en mi rostro mientras me detengo y miro con gran interés la reacción de Candice. La forma en que se encienden sus mejillas y se muerde el labio es algo que no puedo pasar por alto.
-¡¿A qué estoy esperando?! -digo impulsivamente- Sé que habíamos acordado esperar hasta que estuviera listo el dispensario para hablar con seriedad de nuestro futuro… pero debo saberlo ya. Candice, ¿te casarás conmigo?
Sus ojos esmeralda muestran sorpresa y, tras unos instantes, ella se arroja a mis brazos.
-¡Oh, Albert, sí! -escucho que susurra en mi oído.
Mi dicha es tal que la levanto en brazos mientras ella ríe de una forma contagiosa. Al fin, después de tanta espera, y sin mayor ceremonia, nos hemos comprometido.
Cuando tengo un poco de sosiego para darme cuenta, recuerdo el pequeño estuche de joyería que reposa silencioso dentro de la caja fuerte. A causa de esto, río un poco.
Candice me pregunta qué pasa por mi mente. Echo mi cabeza hacia atrás con buen humor y le contesto:
-Tengo el anillo de compromiso desde hace algún tiempo, y justo ahora no lo llevo conmigo. Está convenientemente guardado en Lakewood.
-¿Un anillo de compromiso?
En lugar de responder a su pregunta, la tomo de la mano y echamos a correr hacia la mansión.
Nos colamos en el estudio y cierro la puerta con seguro, no aceptaré interrupciones de ningún tipo. Le pido a Candice que cierre los ojos y voy hacia la caja fuerte para hacerme con el anillo. Cuando Candice abre los ojos me encuentra arrodillado frente a ella.
-¿Tomarás este anillo en señal de nuestro compromiso? -Le digo mientras tomo su mano para colocárselo.
Ella sonríe, entre incrédula y conmovida. Me pongo de pie para besarla y abrazarla.
-Candice, estuve esperando el momento perfecto, las circunstancias perfectas y acabo de darme cuenta de que eso no existe. Que lo que importa somos tú y yo, que lo demás caerá en su sitio de alguna forma.
Ella no sabe qué decir y solo me besa dulcemente. Después, levanta su mano para apreciar la joya y dice:
-Es muy hermoso, Albert. Muy llamativo, también. Creo que nunca había usado una joya tan vistosa.
-Te va maravillosamente. Ahora estoy convencido de que hice una buena elección.
-¿Lo tenías desde hace tiempo?
-Sí, Candice, lo mandé hacer para ti, antes incluso del viaje a Italia.
-¿Tanto hace, ya? -me pregunta, abriendo mucho los ojos.
-Amor mío, soñaba con que formáramos una familia desde que vivimos en el departamento. En aquel momento pensaba que los dos estábamos solos en el mundo y que nos haría bien hacer una vida juntos -hago una pausa, un poco decepcionado por mi falta de expresividad-. Cuando lo digo así parece algo pensado por mera conveniencia. No fue así, que lo sepas. Fue mucho más que eso; yo me enamoré de ti y guardaba la esperanza de que me aceptarías, que aprenderías a amarme. Estuve a un paso de pedirte matrimonio cuando… recuperé la memoria.
-Y te marchaste… Sigo sin entenderlo -me dice ella con un dejo de tristeza.
Cuando me separé de ella pensé que sería el único en sufrir por la distancia y ahora que sé cuánta pena sintió ella, comprendo que actué de forma lamentable. Voy hacia el sillón y la invito a sentarse junto a mí, para hablar sobre eso.
-Candice, cuando recuperé la memoria, también recobré el sentido común y no podía seguir a tu lado sabiendo que te exponía a las habladurías, como ya había comenzado a suceder.
-Podrías habérmelo dicho -me dice, tomando mi mano entre las suyas.
-En eso llevas razón. Debí haber hablado contigo, la primera. Es que me hallaba tan desconcertado, tan abrumado al darme cuenta de quién era, y me equivoqué al marcharme así. Te pido perdón por eso.
-¿Sabes, Albert? Un poco antes de que te fueras comencé a sentir de que algo estaba cambiando entre nosotros y que eso me gustaba. Así que, aunque no quisiera aceptarlo, fue tu partida lo que me hizo darme cuenta de que no quería vivir lejos de ti.
-¿Es eso cierto? -digo, francamente sorprendido.
-La alegría que sentía al verte tras un largo día de trabajo era distinta a la que sentía al ver a mis otros amigos. No comprendía muy bien de qué se trataba, pero si tú te hubieras declarado entonces…
-…Me habrías aceptado.
Al completar la frase de Candice se me llena el corazón con un gozo sereno de saber que me habría aceptado en los tiempos del Magnolia, cuando lo único que podía ofrecerle era el trabajo de mis manos.
Candice afirma con la cabeza mientras juguetea con sus dedos sobre el dorso de mi mano, y luego dice:
-Quizá me habría tomado por sorpresa, pero yo creo que sí… Sólo estuve segura de que me había enamorado de ti durante las fiebres de Lakewood. Tras la muerte de Stear pude conocer la diferencia. El miedo de perderte no era como el temor de perder a un querido amigo, sino al amor de mi vida.
Me ha dejado sin palabras. Yo que pensaba que Candice había comenzado a amarme recién… y resulta que el anhelo de algo más que una amistad entre nosotros surgió casi al mismo tiempo.
Así las cosas, no nos toma mucho decidir la fecha de nuestra boda y hablamos alegremente sobre nuestros planes para el futuro.
El reloj de pedestal que hay en mi estudio da las campanadas de la media hora, solo así pienso que pronto debemos presentarnos en el comedor. Candice se queda seria, mirando el anillo en su mano. Al preguntarle qué sucede, me contesta:
-Estoy pensando si es conveniente que use el anillo esta noche durante la cena…
-¡Desde luego que sí! Ya me has aceptado y quiero que todo el mundo lo sepa.
-Será una gran sorpresa para todos -dice ella, llevándose el índice a la barbilla en actitud pensativa.
-Annie y Archie estarán encantados.
-Ellos sí pero… ¿no sería mejor si hablaras antes con la Tía Elroy?
Reconozco que no había pensado en ello, pero sí, será mejor prepararla para la noticia. No me preocupa tanto por mi tía, sino por la reacción inicial que pueda tener frente a Candice. De sobra sé que nuestro noviazgo no le hace mucha gracia.
Candice irá a arreglarse para la cena, y yo aprovecho el momento para ir en busca de la Tía Elroy.
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Mi tía me hace pasar a su saloncito recibidor y me ofrece té, que solo acepto por mera formalidad.
-¿Qué es eso que querías tratar con tanta urgencia, Albert?
-Quiero anunciarle que me he comprometido.
-¿En matrimonio?
Mi tía ha estado a punto de tirarse el té caliente encima por la impresión.
-Sí. En matrimonio -contesto mirándola a los ojos.
Por un momento no sabe qué hacer con la taza que lleva en la mano, pero la pone sobre la mesa junto a ella. Luego toma su pañuelo y se lo pasa por la frente, antes de decir:
-Pensé que esperarías un poco más. Hasta estar asentados todos los asuntos de la familia, cuando menos.
-Dígame tía, ¿exactamente de qué asuntos habla? Las decisiones que se habían postergado hasta mi presentación y todo lo referente a negocios está al día.
-Siempre te he considerado un muchacho sensato…
Ahora me llama muchacho, quizá piensa que con eso me devolverá a la época en que la obedecía sin rechistar, cuando sabía muy poco del mundo. Ya imagino por dónde va, pero quiero saber qué pretexto pondrá, así que le digo:
-Sigo sin comprender a qué se refiere. Hable sinceramente, por favor.
-Está el asunto de la pobre Eliza. Está hecha una pena ¿Te has detenido a pensar lo que será para ella el anuncio de una boda en la familia, tan poco tiempo después de su desgracia?
Ya que se ha jugado la carta de «la pobre Eliza», me veo en situación de aclarar un par de cosas sobre los Lagan.
-Tía, ahora sé de todas las injurias que se cometieron contra Candice… agravios que usted conoce muy bien. Eliza fue la principal instigadora en ese compromiso de mentira con Neil, sin tomar en cuenta los deseos de Candice; muy al contrario, atropellando por completo su voluntad. ¿Cómo puede hablarme de los sentimientos de Eliza? -Sin darme cuenta, he levantado la voz. Mi tía se queda lívida con mis palabras. No quiero confrontarla, solo espero que entienda que las máscaras de los Lagan han caído- Tía… usted ha cuidado de mí y de la familia por muchos años y siempre le estaré agradecido por eso. Simplemente, no postergaré más mi felicidad por ningún motivo, menos por los Lagan.
Mi tía se queda pasmada unos momentos, al fin comprende que no hay nada que me hará cambiar de opinión.
-Si ya lo has decidido…
-Así es -digo para despejar cualquier duda que pudiera quedarle.
-Espero que tendrán un compromiso largo, como corresponde a alguien de tu rango.
Debo reprimir una sonrisa, porque le daré una noticia que no va a gustarle en lo más mínimo.
-Nos casaremos para San Miguel.
-¡A finales de septiembre! Eso es demasiado pronto, Albert. Hasta tú debes ver que es una locura.
Pienso para mí que lo que sería una locura es esperar más, luego de todas las pruebas que ha tenido que superar nuestro amor.
-Me casaré en secreto si es preciso, pero no pienso estar separado de la mujer que amo un minuto más de lo necesario.
Con estas palabras, he dejado atónita a mi tía. Mi declaración ha sido demasiado franca, y quedó revelada la pasión que siento por Candice. Así que debo hacer algo para conciliar los ánimos.
-He querido que usted lo supiera antes que nadie, en consideración a su posición en la familia y también al cariño que le tengo, tía. Lo que más quisiera en estos momentos, es tener su bendición.
He sido sincero y ella lo sabe. Tras una pausa me dice:
-Desde luego que tienes mi bendición, Albert, ¿cómo podría negártela? Aunque, en estas circunstancias, dudo mucho que los Lagan acepten venir a tu boda.
La Tía Elroy dice esto como si debiera preocuparme, sin comprender que es lo mejor que pudiera suceder.
-Tenga calma, Tía. No soy tan insensible como para celebrar mi boda a todo fasto cuando mi sobrina ha sido plantada en el altar hace tan poco tiempo. Esa puede ser la excusa perfecta para tener la boda privada que en realidad deseo. Solo la familia y la gente más cercana, nada más.
La Tía Elroy se queda en silencio unos momentos, pensativa. Luego me dice:
-En cierta forma, eso me tranquiliza. No es lo que imaginaba para el mayor en rango de los Ardlay, pero… es un arreglo aceptable.
Por la forma en que crecimos, Candice y yo tenemos gustos sencillos y no nos interesa hacer de nuestra boda un espectáculo. Solo queremos celebrar ese día con la gente que nos importa y que se alegra sinceramente por nuestro matrimonio.
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Bastó que diera la noticia a la familia, para que en pocos días se supiera por todo Chicago de mi próxima boda.
No pasaron ni dos semanas, cuando empecé a recibir felicitaciones y parabienes, Archie tenía razón.
El verdadero escándalo surgió cuando se supo la fecha que elegimos para la boda, muy poco tiempo después del compromiso, lo que levantó bastante cotilleo y suspicacias. La tía Elroy lo ha llevado con mucha angustia.
Es verdad que nuestra prisa por casarnos desafía los límites de las buenas costumbres, pero Candice y yo tenemos la conciencia tranquila. Aunque… desde aquel día en la casona, tenemos cuidado en no quedarnos demasiado tiempo a solas.
Algo que no esperaba, ha sido la gran cantidad de cartas de felicitación que llega a mi oficina. Es algo extraño, porque a muchas personas jamás las he visto. A veces me encuentro confrontado con mi propia notoriedad en la sociedad de Chicago. Supongo que si hubiera asumido mi lugar desde más joven, ya estaría mejor habituado a ello.
Entre la correspondencia encuentro una carta de Terry que separo de las demás para leer en privado. Supongo que a estas alturas se habrá enterado de mi compromiso con Candice, aunque no esperaba una felicitación formal de su parte.
Cuando leo su breve carta, me doy cuenta de que no se trata de una felicitación como pensé. En cambio, me cuenta que la próxima semana estará en Milwaukee, a pocas horas en tren desde Chicago y me invita a ver la obra que protagonizará el jueves por la noche. Pero, contrario a lo que hubiera esperado, envía un único boleto para la función: es su forma de decirme que vaya solo.