Tu silueta a contraluz – Capítulo 14

Nota importante: para ser fiel a la época de la historia, en este capítulo hago referencia a prácticas médicas de principios del siglo XX que ya han quedado totalmente superadas y no deben usarse ahora.

Ya me imagino que este capítulo causará algún revuelo… como les decía en las reviews, Candy tiene asuntos del pasado sin resolver. No puedo decir mucho más para no spoilear, ya llegará el momento de explicar a dónde voy con todo esto. Quedan pocos capítulos de este fanfic y espero que lo sigan disfrutando como hasta ahora.

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Capítulo 14

Cuando Candice recobra el dominio de sí, hablamos largamente sobre qué hacer y decidimos visitar a Terry en Nueva York. Aunque cuando lleguemos ya se habrá efectuado la sepultura de Susana, ambos deseamos presentar nuestros respetos a los deudos personalmente.

El viaje en tren a Nueva York es largo y con poca conversación. Candice intenta leer un libro, pero noto que con frecuencia vuelve sobre las páginas leídas porque pierde el hilo de la historia.

Durante la cena, en el vagón comedor, Candice se anima a contarme algo que yo no sabía.

-Terry y Susana tuvieron una hija hace muy poco, ni dos meses tendrá.

-No tenía idea.

-Lo supe por Susana. Ella me escribió y en esa carta me decía que nunca olvidaría que yo había evitado que… que… se quitara la vida y que eso le había permitido conocer la felicidad de ser madre -al final de esta frase, se le quiebra la voz y comienza a llorar- ¡Albert, no puedo dejar de pensar en esa pequeña!

Tomo a Candice en mis brazos y acaricio su cabello, mientras ella se calma.

-¿Estás mejor? -le pregunto después de un rato.

Ella asiente con la cabeza y dice:

-Sé que la niña tiene a su padre, pero aun así… tan pequeñita y su madre ya no está. ¿Sabes? La han llamado Juliet, por la obra de teatro en la que Terry y Susana se conocieron.

Después de decir esto, Candice termina su cena en silencio.

Candice no lo dice, pero debe ser sobrecogedor pensar que se separó de Terry para que él se casara con Susana y ahora ella ha muerto.

Acompaño a Candice hasta la puerta de su privado y luego voy hacia el mío para pasar la noche.

Hace ya un rato que me he puesto la ropa de dormir, pero sigo de pie frente a la ventana, mirando al descampado bajo la luz de la luna, sin pensar en nada realmente, escuchando el trajín monótono y constante del tren al avanzar. En fin, será mejor intentar dormir.

Por la mañana, luego de descender del tren, desayunamos cerca de la estación. Candice tiene mucho mejor semblante que ayer y me dice que ahora lo que importa es presentar nuestras condolencias con la mayor serenidad posible.

Un coche de alquiler nos lleva hasta el edificio donde vive Terry. El amplio apartamento de los Granchester se encuentra en la planta baja, supongo que fue elegido así para conveniencia de Susana.

La señora Brown, el ama de llaves, es quien abre la puerta. Como Candice y yo vestimos de luto, se da cuenta de que conocemos a la familia y nos hace pasar al salón recibidor, nos pregunta nuestros nombres y va en busca de Terry.

Terry escucha nuestro pésame con gratitud, y nos invita a tomar asiento. Parece muy calmado para la situación. Al principio esto me resulta extraño, pero luego me doy cuenta de que en realidad se halla conmocionado y no del todo presente.

Cuando se ha agotado la conversación de cortesía, Terry habla de la muerte de Susana. Nos cuenta que, tras dar a luz, Susana quedó muy debilitada y ya nunca se recuperó.

-Y Juliet, ¿cómo está Juliet? -pregunta Candice.

-¿Tú sabías de Juliet? -pregunta Terry.

-Sí. Susana me lo contó en una carta. Hablaba con gran entusiasmo de tener a Juliet en brazos. Me dijo que era muy feliz…

Terry da un hondo suspiro al escucharlo y luego dice:

-Mi pequeña Juliet echa en falta a su madre. No para de llorar; apenas duerme y yo no sé cómo consolarla.

Aunque el dolor es evidente en las palabras de Terry, él sigue sin mostrar la más mínima expresión.

La Sra. Brown llega desde las habitaciones y se queda de pie a la entrada del salón, esperando a que Terry note su presencia.

-Dígame, Sra. Brown, ¿qué sucede? -pregunta él.

-Es que… bueno…

-Puede hablar con franqueza, Sra. Brown, está frente a personas de toda mi confianza.

-Sr. Granchester, mi sobrina dice que la pequeña Juliet sigue sin comer. Ya es el segundo día en que apenas prueba bocado, estoy algo preocupada -aunque dice estar «algo» preocupada, la cara de la Sra. Brown revela que se encuentra muy angustiada-. Seguimos buscando una nodriza, pero todavía no la conseguimos.

Candice se pone de pie, va hacia la señora Brown y le pregunta:

-¿Con qué la han alimentado en estos días?

-Pues… con leche de vaca y… cocción de avena, pero no acepta ninguna de las dos -responde el ama de llaves.

-¿Han probado el método de los porcentajes?

-No, señorita White, jamás había oído hablar de eso.

-Usaremos leche y agua hervida y algunas cosas más. Le daré una lista y lo que no haya en casa, hágame favor de ir a comprarlo.

La Sra. Brown mira brevemente a Terry, quien da su aprobación con un movimiento de la cabeza. A partir de ese momento, la Sra. Brown hará todo lo que Candice pida.

Candice y la Sra. Brown van hacia la habitación de la niña sin perder tiempo. Al poco rato, la Sra. Brown sale a conseguir lo que hace falta y Candice viene también para decir a Terry:

-Por ahora Juliet está bien, no muestra signos de deshidratación. Pero si no conseguimos que acepte el alimento, habrá que llamar al doctor sin tardanza.

Terry mira a Candice totalmente asombrado. Aunque sabía que ejercía como enfermera, nunca la había visto en activo y sospecho que no imaginaba que fuera tan competente.

-Se hará como tú digas -contesta Terry.

Candice solo asiente con la cabeza, como si tratara con un familiar de su paciente y no con Terry. Luego vuelve a la habitación de Juliet.

En tanto la Sra. Brown vuelve con los encargos y prepara el alimento de Juliet según las instrucciones de Candice, Terry me pide que le cuente sobre mi nueva vida como William Ardlay.

-Por favor, Albert, me hará bien pensar en otra cosa que no sea… esto -dice mientras abre las palmas, señalando la casa oscura y vacía.

Hago mi mayor esfuerzo por distraerlo con mi charla. Le hablo de todo lo que me agrada y lo que me disgusta de ser cabeza de familia. Le cuento sobre la boda de Archie y Annie… en un momento, incluso me descubro chismorreando sobre Eliza.

Al cabo de una hora, la Sra. Brown vuelve al salón y dice:

-La pequeña Juliet aceptó un poco de alimento, pero no lo suficiente. La señorita White me ha pedido que vaya en busca del doctor.

-¡Por supuesto! Vaya de inmediato -dice él. Se pone de pie de un salto y se apresura hacia la habitación de Juliet.

Yo, que también me había puesto de pie, me quedo en medio del salón sin saber qué hacer.

Deambulo por el salón y en uno de los libreros descubro una fotografía de la boda de Terry y Susana, con caras muy serias. Al lado hay otra foto más reciente: Susana está sentada y Terry está de pie a su espalda, con las manos apoyadas sobre los hombros de ella. Lo que más me llama la atención es que, en esta imagen, Terry sonríe.

Tomo un libro de poesía y me pongo a leer. Después de un largo rato, comienzo a preguntarme dónde estará el doctor y justo en ese momento vuelve la Sra. Brown, seguida del doctor, y van directo hacia la habitación de Juliet. Desde allí me llega el sonido de las voces del doctor, de Terry y de Candice, pero no puedo distinguir lo que dicen.

La Sra. Brown, de camino hacia la cocina, me descubre en el salón y es muy evidente que se había olvidado de mi presencia.

-¡Oh, Sr. Ardlay! Permítame ofrecerle un refrigerio. ¿Le apetece también un poco de té?

-No se preocupe por mí, Sra. Brown. Creo que lo mejor será que salga a caminar un rato -digo al darme cuenta de que no soy de ninguna ayuda.

Salgo a la calle y encuentro un café a pocos minutos andando. Ordeno lo primero que se me ocurre y, después de comer, leo el diario; más por hacer tiempo que por enterarme de las noticias. Al cabo de un rato, vuelvo al apartamento de Terry.

Al entrar, me encuentro con Terry y el doctor, que hablan en el salón recibidor.

-Sr. Granchester, hice ajustes menores a la formulación que hizo la enfermera White para el alimento de la niña -desde mi temporada en el hospital no escuchaba que alguien llamara así a Candice-. Podrá digerirlo mejor que la leche de vaca sola, pero lo mejor será que consigan una nodriza cuanto antes. También he dejado algunos suplementos que deberán administrarle cada tres horas durante las siguientes setenta y dos horas. La enfermera White tiene todas las indicaciones.

-De acuerdo Dr. Rosen.

-Ha sido un acierto que me llamaran ahora -dice el Dr. Rosen al tiempo que se ajusta las gafas; no necesita decir más para que Terry comprenda el gran peligro que Juliet ha sorteado-. Estaré de vuelta mañana a esta misma hora para ver el progreso de la niña. Si hubiera algún cambio no previsto, ya saben dónde encontrarme, sin importar la hora.

El Dr. Rosen se despide de nosotros. Terry es incapaz de decir nada, y solo asiente con una sonrisa temblorosa. El doctor se retira y de nuevo nos quedamos a solas.

Terry se apoya con una mano sobre mi hombro y su expresión impasible se desmorona por completo cuando comienza a llorar. Creo que, por fin, al saber que Juliet sobrevivirá, es capaz de pensar en la muerte de su esposa.

-Susana -murmura él, con sendas lágrimas corriendo por su cara-… Vamos, Albert, acompáñame al bar.

-Es un poco temprano para eso -intento disuadirlo.

-No me importa. Necesito salir de aquí.

No se me ocurre otra cosa mejor, así que lo sigo hasta un solitario bar a la vuelta de la esquina. Por fortuna, Terry solo bebe una copa de coñac en silencio y, cuando ha recobrado la calma, volvemos sin demora a su apartamento.

Candice y Mary Rose, la sobrina de la Sra. Brown, pasarán la noche en la habitación de la pequeña Juliet, tomando turnos para alimentarla y vigilar su estado de salud.

Terry me ofrece una habitación en su casa. Preferiría hospedarme en un hotel cercano, pero él insiste tanto, que no me queda alternativa.

Por la mañana, Terry y la Sra. Brown se hacen cargo de la niña, para dar un descanso a Candice y a Mary Rose.

Estoy a punto de salir de la casa para ir al mismo café del día anterior, cuando la Sra. Brown me dice que ya está listo el desayuno y que Candice no tardará en venir para desayunar también.

Pocos minutos después, Candice aparece por la puerta del comedor y se sienta junto a mí. Se bebe la primera taza de café casi de una vez, se nota que no ha dormido nada.

-Candice, debes dormir un poco, antes de que tomemos el tren.

Ella hace una pausa antes de contestar. La conozco tanto, que sé lo que va a decirme antes que diga una palabra.

-Albert, la nenita sigue delicada de salud. Quisiera que nos quedáramos unos días más para estar segura de que ha quedado fuera de peligro.

-Quisiera poder quedarme, pero tengo asuntos apremiantes en Chicago…

-Lo comprendo -dice ella, bajando la mirada.

-Creo que no me has comprendido. Yo debo volver hoy mismo, según lo planeado; eso no significa que tú debas hacerlo también. Desde luego, me gustaría que volvieras conmigo, pero entiendo lo crítico de la situación.

-Volveré a Chicago en cuanto llegue la nueva nodriza… o antes, si Juliet sigue aceptando el alimento tan bien como hasta ahora.

-Espero que mejore muy pronto -digo sinceramente.

-Será cuestión de unos pocos días, ya verás. Gracias por entenderlo, Albert.

Tomo su barbilla y levanto su cara hacia la mía, para mirarla directo a los ojos cuando le digo:

-Eres tú quien gobierna en tu vida, Candice. Haz lo que necesites hacer.

Continúa en Tu silueta a contraluz – Capítulo 15

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