Tu silueta a contraluz – Capítulo 12

¡Hola, hola! Ya les decía que no veía la hora de contarles toda la verdad sobre Gelmino. Muchas gracias por sus reviews y por darle fav y follow a mi historia.

Ahora que sabemos que Albert sigue tan honorable como siempre y que no había dejado olvidado ningún hijo (ni se estaba haciendo tarugo jejeje), vamos a descubrir lo que pasa a su vuelta a América.
Disfruté mucho escribiendo este capítulo, tengo algo preparado para un personaje en particular… ya me dirán qué les parece.
Por favor sigan comentando. Sus palabras alimentan mi creatividad.

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Capítulo 12

Qué distinto parece el mar en el viaje de vuelta. Aun cuando se agita por un viento fuerte, el oleaje me habla de ímpetu y de vida.

Desde el día en que lo recibí, llevo en el bolsillo interior de mi abrigo el telegrama de Candice, en que dice que me ama y que me espera en casa, con el corazón pleno de alegría.

Al desembarcar sólo pienso en tomar el primer tren a Chicago. Me detengo en el muelle, buscando con la mirada algún teléfono público para llamar a la oficina en Chicago. El sol me deslumbra y me llevo una mano a la frente para proteger mis ojos de la intensa luz. Entonces descubro una silueta femenina que corre hacia mí, dando voces, ¡es Candice!

-¡Albert! ¡Albert! -me llama, y la gente se hace a un lado para dejarla pasar.

Yo dejo caer mi maleta y la recibo en mis brazos, con tal efusión que la levanto del suelo. Cuando vuelve a estar de pie, nos besamos sin importarnos quién nos mire. Sólo quien ha vivido el temor de una separación definitiva, podría entender el júbilo que nos embarga.

-Candice, has venido hasta el puerto…

-No podía esperar hasta que volvieras a Chicago para verte.

El viaje a Chicago nos da mucho tiempo para hablar y puedo contarle los detalles de mi paso por Italia y las previsiones que he tomado para Gelmino.

Vittorio tendrá que ir de tanto en tanto hasta Florencia para cobrar los giros postales que enviaré con regularidad.

Por ahora, he logrado dejar bien aprovisionada a la familia. Nos tomó una semana entera de buscar en Brucianesi y los poblados vecinos para conseguir suficientes víveres, ropa y combustible para el invierno, pero el esfuerzo valió la pena.

También hicimos un breve viaje a Turín, y así Elena y Gelmino pudieron reunirse con Enrico. Me he quedado más tranquilo al saber que no pasará mucho tiempo antes de que Gelmino viva de nuevo con su padre.

De mi maleta saco una foto que me hice con Gelmino, y se la muestro a Candice.

-¡Qué precioso niño! -dice ella.

-Y es tan cariñoso… Encargué dos copias del retrato. La otra se la ha quedado Vittorio para que Gelmino pueda recordarme hasta que volvamos a vernos.

-Me alegra tanto que puedas ayudar a tu ahijado…

Ninguno de los dos lo decimos, pero es claro que el hecho de que Gelmino sea sólo mi ahijado ha resuelto un dilema que nosotros no supimos afrontar. Tras pensarlo unos momentos, le digo:

-Aunque habría dado a Gelmino el nombre Ardlay, y todos los derechos de primogénito, no habría sido capaz de casarme con Elena; quiero que lo sepas. Eso habría sido una mentira, y vivir en falsedad trae más desgracias que encarar la verdad, por terrible que esta sea.

-Lo dices por mi carta -me dice Candice, bajando la mirada.

-Sí.

Candice suspira. Escribir aquellas palabras fue muy arduo para ella y ahora quiere explicarse.

-Albert, yo sé lo que es vivir en orfandad. No sé si mis padres murieron o quizá yo misma soy una hija natural. Eso no disminuye en nada mi dignidad. Pero… desgraciadamente, hay gente, mucha gente, que no lo ve así… y puede ser muy cruel. Yo no podría soportar un destino así para un hijo tuyo. Cuando te dije que lo amaría como si fuera mío, lo dije sinceramente.

-Sé que tu intención era ayudarme. Pero tu carta hizo que mi viaje fuera más solitario todavía.

-¡Oh, Albert…!

Los ojos de Candice se rasan de lágrimas cuando comprende que me ha herido. No es mi intención hacerla doler, pero debe saber que la ayuda que necesito de ella en momentos de dificultad es para permanecer unidos, no para separarnos.

Paso mi pulgar por su mejilla para secar sus lágrimas.

-Además, no soy la clase de hombre que te dejaría sola con la carga de decidir por el futuro de los dos.

Candice se queda desconcertada al escucharme; me da la impresión de que una pieza faltante en el rompecabezas termina de encajar. No puedo saber lo que está pensando, sólo intuyo que algo dentro de ella ha cambiado para siempre.

Beso una de sus manos, antes de decirle:

-Candice, cuando llegue un vendaval, aférrate a mi mano con más fuerza.

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Llego junto con Candice a la Catedral de St. James, donde se celebrará la boda de Eliza y Reggie. Es temprano y hay poca gente todavía.

Justo detrás de nosotros llegan Annie y Archie, que se sientan al lado nuestro. Annie está radiante de felicidad. Y, debo decirlo, Archie también. Han vuelto muy pronto de su viaje de novios a las Cataratas del Niágara, debido a la boda de Eliza.

-Dos semanas, tan solo dos semanas y tuvimos que volver -se queja Archie en voz baja-. Y todo por la ocurrencia de Eliza. ¿No podía esperar un poco?

Annie da palmaditas en el brazo de Archie y le dice:

-No volvimos por Eliza, sino por respeto a la familia Ardlay.

-Ya… pues nosotros también somos Ardlay y no veo que tuviera gran consideración por eso -vuelve a refunfuñar Archie.

-Vamos, Archie, mejor cuéntanos del viaje -pide Candice.

Annie, a la par de lo que dice Candice, tironea cariñosamente la manga de Archie, animándolo a cambiar de humor. Archie no tiene más remedio que sonreír.

-Tienen razón… Navegar por el Niágara en el Maid of the Mist es mejor de lo que podía imaginar -dice él.

-Es precioso ver el arco iris en medio de la bruma de las cascadas -cuenta Annie-. Aunque acabé empapada, ¡me moría de frío!

-Por más que intenté convencerla de tomar el teleférico, no hubo manera -dice Archie, riendo.

Annie se lleva ambas manos a las mejillas y confiesa:

-Tiene tan poco tiempo funcionando que no quise arriesgarme a que fallara. De solo pensar que podría quedarme suspendida sobre aquel enorme río me pongo a temblar.

-¡Yo no me lo hubiera perdido por nada del mundo! -dice Candice.

-Pues es un lugar espectacular para pasar la luna de miel…

Archie se detiene a media frase, al parecer iba a recomendarnos ir allí también, pero recuerda que Candice y yo aún no estamos comprometidos.

Annie, que también se da cuenta de lo que acaba de pasar, intenta retomar la frase donde Archie la ha dejado:

-Nosotros… nosotros lo hemos pasado maravillosamente.

Este incómodo momento, que los cuatro decidimos pasar por alto, me recuerda qué tan extraño es que mi sobrino, algunos años menor, sea un hombre casado antes que yo. Lo más irónico, es que no se debe a que su voluntad haya sido más fuerte que la mía, sino a que las circunstancias no han estado en mi favor. Pero la espera terminará pronto.

Los trabajos para abrir el dispensario van muy avanzados, en pocas semanas estará todo listo para la inauguración y ya nada aplazará mi compromiso con Candice. Sé que ella también lo ansía, porque no cesa de repetir que sueña con el día en que el dispensario abra al público, y sonríe y se ruboriza al decirlo.

Entretenidos como estamos con nuestra charla, solo notamos que se está haciendo tarde porque la tía Elroy, sentada en la banca de enfrente, se gira para preguntarnos:

-¿Alguno de ustedes sabe por qué tardan tanto en llegar los novios? Al menos el muchacho, Reginald, debería estar listo para entrar.

-No lo sé, tía -contesta Archie-. ¿Quiere que vaya a preguntar?

-Esperemos, esperemos -dice ella, haciendo un ademán de que sigamos en nuestro lugar.

Al cabo de un rato, la expectación generada por la demora se deja sentir en toda la iglesia, que a esta hora ya se ha llenado de gente. Así que la tía Elroy, esta vez intranquila, nos pide ocuparnos del asunto.

-Iré yo, tía -ofrezco, y me levanto sigilosamente del asiento para salir de la catedral.

Una vez afuera, esperaba ver a los novios preparándose para entrar, pero no hay rastro de ellos. Pienso en telefonear a casa de los Lagan y los Carter para saber el porqué del retraso; entonces noto que a media calle de la iglesia, se encuentra estacionado el auto en el que viaja Eliza y camino en esa dirección. La novia ya ha llegado, pero sigue sin haber señales de Reggie.

Todavía estoy algo lejos, pero puedo ver claramente cómo Eliza arremete con el ramo de novia sobre la cabeza de Nick Holstein, el mejor amigo de Reggie. No puede ser nada bueno. Apresuro el paso para saber qué está pasando.

-¡Dile que venga a dar la cara! -aúlla Eliza, fuera de sí- ¡Cobarde! ¡Poco hombre!

-¡Yo me largo de aquí! -responde Nick, con la cabeza bañada en restos florales. Me lanza una mirada desconcertada y se marcha sin más explicación.

Cuando me ve, Eliza se deja caer de rodillas al piso, llorando, desesperada.

-Eliza, tranquilízate -le digo al tiempo que la ayudo a levantarse.

Ella hunde su cara en mi pecho, sin dejar de vociferar:

-¡¿Cómo puede hacerme esto a mí?! ¡A mí!

Reggie ha dejado a Eliza plantada en el altar y ha sido Nick quien ha venido a darle la noticia.

Tras algunos minutos, logro calmar a Eliza lo suficiente para que entre en el coche y le pido al chofer que la lleve de vuelta a su casa. Miro el auto alejarse y luego el ramo de novia que ha quedado hecho trizas sobre la acera. No tengo más remedio que volver a la iglesia a terminar con este asunto.

Intento entrar con discreción y cruzo por uno de los corredores laterales hacia el altar, pero cientos de cabezas se giran para mirarme y siguen cada uno de mis pasos con curiosidad. Estoy a punto de detenerme a decírselo primero a los padres de Eliza, pero luego pienso que eso sólo hará la situación más dramática. Noto que Candice, Annie y Archie me miran intentando adivinar qué sucede, pero lo sabrán al mismo tiempo que todos los demás.

Me quedo a media escalinata del altar y digo de forma que todos puedan oírme:

-Debo informarles que esta boda no se realizará.

Alcanzo a escuchar cómo la Sra. Lagan ahoga un grito de horror, pero enseguida es opacado por el murmullo de incredulidad que se levanta por todo el recinto.

Antes de que a alguien se le ocurra pedirme explicaciones, me acerco a Neil y le digo que su hermana está en camino a casa y me apresuro a salir por la puerta lateral. Candice, Archie y Annie reaccionan con rapidez y me dan alcance. Andando sin detenernos en busca de los autos, les cuento lo que acaba de pasar.

No hay tiempo que perder, si no queremos quedar atrapados entre condolencias y preguntas insidiosas de los invitados a la boda, así que pido al chofer que lleve a Candice y Annie de vuelta a Lakewood y me hago acompañar por Archie en el otro auto para ir a casa de los Lagan. Lo último que tengo ganas de hacer es ir allí, pero es mi deber como cabeza de familia.

Archie sube al asiento del copiloto, mientras yo ajusto los espejos antes de arrancar. Estoy a punto de dar marcha al auto cuando me cae como un relámpago el peso de ser el patriarca de los Ardlay.

-No puede ser… ¡Maldita la hora! -digo al dar un golpe seco sobre el volante.

Estoy tan contrariado que se me agita la respiración.

-¿Qué te pasa, Albert? -dice Archie, lleno de confusión. -¿No te das cuenta, Archie? Con lo que acaba de sucederle a Eliza, la familia no podrá anunciar ninguna otra boda en meses…

Continúa en Tu silueta a contraluz – Capítulo 13

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