Muchas cosas están por aclararse. Ojalá que les guste también. Recuerden enviarme sus comentarios.
Capítulo 8
+ o + o +
He llegado al Club de Yates mucho antes de la hora acordada. Con eso no conseguiré ver más pronto a Candice, pero quedarme más tiempo en Lakewood me parecía imposible. Camino por el muelle y escucho el tranquilo chapoteo del agua contra los botes, en contraste con los graznidos de las aves acuáticas.
Sigo andando hasta el final del muelle; el equipo local de regata va terminando su práctica sabatina y pronto los jóvenes deportistas irán a comer al restaurante de la casa club. Yo debería hacer lo mismo, pero no me apetece comer nada, prefiero disfrutar un poco más de la brisa del gran lago. Hace tanto que no venía por aquí. Cuando era niño, venía a menudo a pasar el sábado con mi familia. Era un chiquillo que creía que este era el mar y que desde aquí podía tomar un barco para conocer el mundo. Me sorprendo lleno de recuerdos.
Después de que mis padres murieron, no recuerdo otra época más feliz en mi vida, que aquellos meses en que compartí el departamento con Candice. Sólo el estado de confusión mental en el que estuve durante mi amnesia puede justificar que haya aceptado ir a vivir con ella. Ahora creo que la pérdida de mi memoria fue una bendición. De otra forma, jamás me hubiera atrevido a poner en entredicho su nombre, pero tampoco conocería los pequeños placeres de la felicidad doméstica a su lado.
Me resulta algo chocante, ahora que estoy en Lakewood la mayor parte del tiempo, que siempre hay alguien más que se ocupa de mantenerlo todo limpio, mi ropa lista para usar y, tan solo sentarme a la mesa, mágicamente aparece una buena comida frente a mí.
No fue así durante los años que dejé la mansión para vivir por mi cuenta, así que ocuparme de esas cotidianas necesidades no era nuevo. Lo que nunca pude imaginar antes de vivir con Candy, era la alegría que yo podía dar. Saber que ella estaba feliz de verme, cuando llegaba exhausta del hospital, y sentarnos juntos a la mesa para cenar y conversar largamente… atesoro incluso los momentos que compartíamos en silencio. Salir del trabajo para encontrarme con ella me dibujaba una sonrisa, me llenaba de paz, al punto de que dejó de importarme si alguna vez recuperaba la memoria.
En aquel momento, Candy y Terry se querían y sólo estaban separados por que el destino así lo mandaba. Por un tiempo, saberla enamorada me ayudó a no caer bajo su hechizo de inmediato. Yo la animaba a pensar en él y en un prometedor futuro juntos, porque con sinceridad creía que serían felices. No tenía ningún reparo en ayudarles a concretar su unión. Pero presentí que la echaría en falta de una forma punzante, conforme la posibilidad de que ella se fuera a Nueva York para estar con él se hacía más grande.
Quise convencerme de que una entrañable amistad era capaz de producir tal abatimiento. Pronto tuve que admitir que mi corazón le pertenecía por completo y sin reservas.
Cuando aquella herida se volvió insoportable, pensé en marcharme, porque era imposible creer que Terry se atrevería a dejar ir a Candice.
Pero la vida dio un giro inesperado y debieron separarse definitivamente. Era muy difícil para mí saberla tan herida, así que cuando volvió de su trabajo en el ferrocarril con el semblante en paz, por primera vez tuve esperanza de que un día podríamos estar juntos…
Muy cerca de mí, un grupo de patos pelea por un trozo de pan y, en aquel alboroto, me alcanzan algunas gotas de agua fría; eso me devuelve al presente.
Echo una mirada a mi reloj de bolsillo, falta cada vez menos para que llegue Candice.
Camino hacia la casa club y al entrar en el restaurante, descubro que está mucho más lleno que cuando llegué. Me dan una mesa justo en el centro, muy cerca de donde los jóvenes del equipo de regata están comiendo y hablando y riendo. No imaginaba que habría tanta gente, pero ya no hay marcha atrás. Pido un té helado y me siento a esperar.
Por el ventanal, descubro la silueta de Candice que se acerca. Viene acompañada de Annie y Archie, pero ella no tiene idea de que estoy aquí.
Archie habla con el capitán de meseros y luego se dirige a mi mesa, seguido de Candice y Annie, quienes continúan conversando alegremente.
Candice sólo me ve cuando está a unos pasos y se queda de piedra. Annie la toma del brazo y la lleva a sentarse en la silla junto a mí. Le da un beso en la mejilla y le dice:
-Hago esto por tu bien, Candy.
Annie y Archie se marchan sin más explicaciones, para dejarnos hablar. Alcanzo a ver como Archie, ya fuera del restaurante, sigue mirándonos con curiosidad hasta que lo pierdo de vista.
Un mesero se acerca presuroso a tomar la orden. Sólo por no dejar, Candice pide un helado de vainilla.
Ella continúa inmóvil, así que soy el primero en hablar.
-Aquel día en la colina, estuvimos a punto de besarnos -veo que se sobresalta al oírme decirlo-. Yo lo deseaba con intensidad y estoy seguro que tú también. Pero luego te fuiste, dejándome con la incertidumbre de dónde te encontrarías. Quiero saber qué sucedió.
Candice juguetea con su pulsera de cuentas rojas, se nota que no sabe por dónde comenzar. Luego se arma de valor y habla.
-Es cierto lo que dices, yo también lo deseaba. Es que… ahora te veo de una forma distinta, Albert, y en ello arriesgo el corazón y la cordura.
-¿La cordura? ¿Qué quieres decir con eso? -digo, francamente sorprendido.
-Hace muy poco que he hablado con la tía Elroy sobre Anthony y eso me ha hecho revivir la conmoción de su muerte, lo ilusoria y frágil que puede ser la felicidad.
El rostro de Candice se vuelve nostálgico. Mi querido sobrino Anthony le profesaba abiertamente su cariño y no dudaba en confiarme sus anhelos sobre Candy a través de sus cartas. Yo mismo llegué a creer que ella crecería para convertirse en la esposa de Anthony. Fue una pérdida terrible para todos, pero tocó a Candice de una manera especial.
Ella cruza las manos sobre su regazo y dice:
-No puedes saber lo que ha sido para mí verte postrado, inconsciente. Es la segunda vez que te veo padecer una enfermedad grave, pero esta vez fue mucho peor que la anterior -se muerde un labio y niega con la cabeza-. Estabas tan mal, fuera de ti. Yo repetía tu nombre y te rogaba que resistieras; en un momento creí que no lo lograrías, que iba a perderte y… que también perdería la razón.
Candice está al borde de las lágrimas, debe tomarse un momento para recuperarse. No imaginaba que mi enfermedad la había impresionado tanto.
-Albert, ya antes he creído tener la felicidad al alcance de mi mano, pero… si he de perderte, prefiero no hacerme ningunas ilusiones. No sería capaz de soportarlo.
Comienzo a entender que no estaba huyendo de mí, sino de sus tristezas pasadas.
-Candice, querida mía, me duele oírte hablar así. Yo no puedo jurarte que en adelante todo será perfecto, pero no por eso puedes detener tu vida. Cerrar tu corazón y decirle no a la vida en plena juventud es mucho peor que una muerte temprana, ¿puedes entender lo que digo?
Con un movimiento de cabeza me hace saber que sí y se queda pensativa.
-Sé que tienes razón, Albert. Pero si parezco valiente, es porque siempre he contado con el cariño de mis madres y fuertes lazos de amistad que me han sostenido. Tú… has sido mi consuelo, mi refugio, y de sólo pensar que algo te suceda…
No puedo dejar que siga pensando en la mala fortuna. Los dos hemos conocido la pérdida, pero ya es momento de ver hacia adelante. Debo abrir sus ojos a la esperanza.
-Es verdad que he estado en peligro, pero eso ya pasó. Estoy aquí, mírame, Candice. Quiero que escuches lo que tengo para decirte.
Tomo su mano y me conforta su tacto tibio. Aunque no se atreve a mirarme, me deja acariciar suavemente su mano sin retirarla. Eso me da toda la certeza que necesito para seguir hablando.
-Quiero cortejarte formalmente -le digo, y ella vuelve sus desconcertados ojos hacia los míos-. Eso no significa que debas tomar alguna decisión definitiva ahora mismo. Sólo quiero que me conozcas de verdad, no sólo como un amigo, sino como Albert, el hombre.
Estas últimas palabras la inquietan, contiene la respiración. Al fin adivina las pasiones que despierta en mí. Acaricio su mano, dispuesto a hacerle saber lo que siento por ella.
-El cariño que siempre he sentido por ti, hace tiempo que se convirtió en algo mucho más grande. Yo… te amo, Candice.
Su mirada cambia de la sorpresa a la alegría, me devuelve una pequeña sonrisa y me dice:
-Albert… yo… yo también te amo.
Apenas puedo creer lo que escucho. Tomo a Candice por los hombros, como si al tocarla quisiera asegurarme de que esto es real. Ella me ama. Ella me ama.
El lugar está repleto de gente, pero no me importa y planto mis labios sobre los suyos. Son más suaves y dulces de lo que había imaginado.
A nuestro alrededor se hace el silencio, luego se escuchan algunas expresiones de sorpresa y, finalmente, los silbidos y aplausos del equipo entero de regata. Esto me hace reaccionar y separar mis labios de los de Candice. Ella parpadea con velocidad, está ruborizada por completo. Seguramente daremos mucho de qué hablar.
Sin esperar más, pongo sobre la mesa un billete que pagará de sobra la cuenta, tomo a Candice de la mano y salimos a toda prisa.
Fuera de la casa club, miro en ambas direcciones del muelle sin decidirme a andar por ese lugar. Luego giro sobre mí mismo buscando hacia dónde ir, mientras Candice me pregunta qué hago. No acierto a contestar; en cambio, rodeo apresuradamente la casa club, y sigo andando veloz, tierra adentro, con Candice siguiéndome apenas el paso. Pronto llegamos hasta una vereda arbolada y solitaria.
Me detengo y me vuelvo para quedar frente a Candice. Ahora que nadie nos mira, puedo acariciar su mejilla, jugar con un mechón de su cabello y decirle al oído cuánto la amo. Abrazo su cintura y ella cuelga sus brazos alrededor de mi cuello. Candice me sonríe justo antes de besarnos larga y dulcemente. En esta cercanía, me envuelve su perfume afrutado. El momento no necesita más explicaciones, estoy seguro de que así se siente la felicidad.
Continúa en Tu silueta a contraluz – Capítulo 9