Tu silueta a contraluz – Capítulo 5

fiebre. En estas pocas horas, nos hemos enterado de que la ayudante de cocina regresó enferma de una visita a su familia, pero no hizo caso de sus malestares y siguió trabajando hasta caer desmayada.

Antes de irse, el doctor vuelve a mi habitación para informarme el estado de las cosas. Tal como imaginaba, él confirma que las previsiones que ha tomado Candice ayudan a contener el contagio.

-Lo importante, señor William, es que usted y su tía han comenzado a atenderse con las primeras fiebres, eso mejora muchísimo el pronóstico -dice con una expresión seria.

Noto que el doctor evita decir que todo estará bien y, por la palidez en la cara de Candy, me doy cuenta de que lo peor no ha llegado aún.

Archie acompaña al doctor fuera de la habitación y será quien se quede al frente de Lakewood mientras me recupero.

Candy me pasa una toalla por la frente, para secar el sudor. Me mira con dulzura; aunque aparenta calma, sé que está preocupada.

-Bebe un poco más de limonada, Albert. La endulcé con miel, como te gusta.

No quiero comer ni beber nada, pero haré lo que ella me pida, con tal de verla más tranquila.

Me sobreviene un temblor y me atenaza el dolor de huesos. Candy me quita el vaso de las manos y me pide que me recueste. Con paciencia, descubre mi vientre y pone una toalla que saca de un recipiente lleno de agua con hielos.

-Albert, intenta dormir, eso te dará fuerzas -me pide, y me pasa su mano fresca por la frente y la mejilla.

+ o +

No sé cuánto hace que estoy mirando a esta bella mariposa. Vuela muy cerca de mi cara y creo que quiere decirme algo. ¡Ah, sí! Repite mi nombre con ternura, Albert, Albert, querido Albert. Suena tan lindo con su voz.

Mi preciosa revolotea sobre el florero de cristal repleto de rosas rojas, pero está triste, porque las flores donde quería vivir se han marchitado. Yo le ofrezco mi mano y ella se posa sobre mis dedos.

-¿Te quedarás a mi lado libremente, mariposa? ¿Te quedarás a mi lado? -le pregunto, esperanzado.

Se queda en silencio, muy quieta, y de súbito emprende el vuelo. Miro como ella aletea cada vez más alto sobre mi cabeza, hasta perderse de vista.

-¡Mariposa, no te vayas! -grito con desesperación- ¡Mariposaaaa!

La mariposa no me contesta, lanzo mis manos en todas direcciones para buscarla a tientas, mis piernas se agitan intentando correr tras ella. Oigo que algo de vidrio se rompe y hace un ruido que me retumba en la cabeza.

Del suelo emerge un árbol gigantesco, que me atrapa con sus ramas, mientras me dice con su voz ronca:

-¡Albert, tranquilízate! ¡Albert!

La voz del árbol se parece a la de un hombre que conozco, pero no recuerdo quién es. El árbol vuelve a hablarme.

-Calma, Albert. Estás en casa, debes descansar.

Aunque no puedo ver de dónde proviene exactamente la voz, cegado como estoy por luminosos colores, me dejo llevar y vuelvo a recostarme. Cierro mis párpados porque me hierven los ojos.

Siento una cinta de acero frío en la frente, luego un cinturón de acero helado sobre el vientre. Tal vez es el acero lo que me corta por la mitad con este dolor.

A lo lejos, escucho la voz de mi amada mariposa, tan dulce, que me dice:

-Albert, por favor, por favor, resiste…

Quiero contestarle, pero no me quedan fuerzas.

+ o +

«Queridas Señorita Pony y Hna. María,

En cuanto he tenido un respiro, me he dado a la tarea de escribirles para que estén al tanto de lo que ocurre con la familia, pues han pasado algunos días desde mi última carta.

Aún no tengo las buenas noticias que tanto esperamos sobre el estado de salud de Albert y la Tía Elroy. Estamos haciendo todo lo humanamente posible para que se recuperen, pero en este momento nos ayudarán mucho sus oraciones.

Archie ha tenido el buen tino de contratar otra enfermera y eso me hace más llevadero el trabajo. El doctor nos visita dos veces al día, deja indicaciones y corrige las dosis de medicina si es necesario.

Siento mucho no poder escribirles más seguido, pero sepan que tan pronto pueda volver al Hogar de Pony, estaré con ustedes. De momento debo quedarme en Lakewood un tiempo más.

Con cariño,

Candy»

+ o +

Intento abrir los ojos. Debo cerrarlos un momento más, pues la luz del día me lastima. Cuando logro mirar, Archie y Candy están junto a mí, qué alivio siento.

-Candy… -digo con un hilo de voz.

Un espasmo de dolor me atraviesa el cuerpo y me quedo encogido sobre mi costado. Suelto la respiración y con eso se calma el dolor.

-Albert, con cuidado, no te esfuerces demasiado -me dice Candy, luego me quita las compresas frías de la frente y el estómago. Ella sonríe, se ve feliz-. Sé que no lo parece, pero ya estás mejor.

El doctor viene a revisarme y todo parece indicar que he superado el peligro. Debo permanecer en cama al menos otra semana y aún después tendré que tomar las cosas con tranquilidad.

No soy el único que recibe estrictas indicaciones. El doctor dice a Candice que debe ir a dormir ahora mismo un mínimo de seis horas, que Millie, la enfermera, se hará cargo de mi tía y las otras pacientes en su ausencia. Aunque Candy no lleva su uniforme de enfermera, sino ropa sencilla de faena, es muy obvio que ha cumplido esa función de sobra.

-Por favor, Candice, haz caso del doctor -le pido-, me quedaré más tranquilo así.

Cuando el doctor y Candy se retiran, Archie se queda a acompañarme para comer. Sigo sin mucho apetito y debo esforzarme por terminar lo que hay en la bandeja que tengo delante.

-¿Me podrías explicar qué era todo eso de la mariposa? -pregunta Archie.

-¿Una… una mariposa? -digo, sin entender de qué me habla.

-Cuando comenzaron las fiebres más altas, tenías alucinaciones. Te pusiste a gritar y patear como loco, rompiste un florero y una lámpara. Tuve que usar la fuerza para calmarte, ¡estabas a punto de caer de la cama! -cuando dice esto no puede evitar reírse y yo también lo hago.

No tengo memorias claras de lo que dice Archie, pero sí, algo recuerdo de una mariposa que repetía mi nombre. Niego con la cabeza porque no sé qué decirle y encojo los hombros. Los dos nos quedaremos con la duda.

Archie vuelve a ponerse serio antes de hablar.

-Después de eso, vinieron dos noches muy difíciles, muy difíciles para todos… Prométeme que harás tal como te diga el doctor, sin excusas, que te esforzarás en recuperarte por completo.

-Archie, ¿a qué viene todo eso?

-Debes cuidarte, Albert. Por la familia, sí, pero también por Candy. No sé cómo ella podría soportarlo, si también tú -Archie se detiene, y evita mencionar lo que ambos tememos, la sombra de muertes tempranas que ha pesado sobre los Ardlay. Respira hondo y continúa—… En el peor momento, cuando estabas más débil, encontré a Candy llorando en el pasillo. No quería ser descubierta, pero ya no pudo contenerse más.

Cubro con una mano mi frente y mis ojos. De sólo pensar en la angustia de Candice, se me hace un nudo en la garganta.

-Tal vez no lo sepas -continúa Archie-, pero hubo un tiempo en que me ilusioné con Candy. Creo que todos los muchachos Ardlay en algún momento hemos caído bajo su encanto. Todos, sin excepción. Y cuando digo sin excepción, me refiero…

-Te refieres a mí.

Me sorprende que Archie hable con tanta seguridad sobre mis sentimientos por Candice. Él me sonríe de una forma que me hace saber que es obvio lo que siento por ella.

-Creo que Candy y tú podrían ser felices juntos. No pierdas más tiempo. Si estos días nos han enseñado algo, es que no conviene dejar la felicidad para después. ¿Sabes, Albert? Eso me ha hecho pensar seriamente.

-¿Seriamente?

-El lugar de mis anhelos ya no está en el futuro, sino en el ahora. Sé que este no es el mejor momento para ti, así que espero que me comprendas. Yo… quisiera tener tu aprobación para formalizar mi relación con Annie.

-¿Formalizar… como en comprometerte en matrimonio?

-Exactamente -dice él, luego de aclararse la garganta.

-Archie, tienes mi aprobación, ¡claro que sí!

El rostro alegre de mi sobrino me hace envidiar la certeza que tiene de ser correspondido. Me abraza efusivamente, me asegura que esperará a que la vida en Lakewood vuelva a la normalidad antes de hacer el anuncio oficial, pero que ya no puede detenerse para hablarlo con Annie y sale apresurado en su busca.

Me quedo a solas con mis pensamientos.

Estoy impaciente por decirle a Candice lo que siento, pero no puedo imaginar una situación menos romántica que mi estado convaleciente, con este aspecto ojeroso y agotado que tengo, mi estómago hecho trizas y la tripa que no para de hacer ruidos vergonzosos. Nuevamente, debo esperar, sólo un poco más.

Sí, tengo dudas, pero no me escudaré más en ellas. Me acepte o me rechace, ha llegado el momento de saberlo. Por primera vez en la vida, he de hablarle a Candice de amor.

Continúa en Tu silueta a contraluz – Capítulo 6

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