No suelo liarme a golpes a menos que sea necesario, pero el enojoso asunto de Neil ha resultado un espectáculo tristísimo.
He venido a asegurarle a Candy que Neil no la molestará más, pero esta vez debo mentirle cuando pregunte cómo lo he conseguido. No, mentirle nunca. Solo elegir cuidadosamente lo que puedo contarle, tan perturbado me ha dejado el episodio.
Visité a Neil antes de mi presentación como cabeza de familia. Así lo quise para conocer sus verdaderas intenciones con Candy. Era posible que se hubiera enamorado sinceramente de ella y, en tal caso, habría podido disuadirlo con mayor civilidad.
De verdad no consigo entender qué hicimos mal con este sobrino para que se volviera una lagartija, como Candy lo llama. Tuvo la oportunidad de salir dignamente librado de su falso compromiso, pero con cada palabra y cada acción, se hundía más profundo en su propio fango.
Al principio se burló de mi impertinencia; hasta encontré divertido que me llamara «vagabundo harapiento», con un aire de superioridad que va a lamentar el resto de su vida. Pero luego se atrevió a decir que había sido Candy quien había querido seducirlo. Le dije que se callara, que yo sabía que estaba mintiendo. Entonces me retó, preguntando por qué iba a defenderla ahora, si la había abandonado después de gozar de sus favores, si yo había manchado su nombre al vivir con ella fuera del matrimonio.
La angustia invadió mi rostro al escucharlo, porque sus viles mentiras podrían empañar la verdad, una verdad de la que sólo Candy y yo podemos tener certeza. Él se dio cuenta de mi aflicción y amenazó con divulgarlo si insistía en oponerme a su unión.
Me costaba respirar al saber que yo podía ser la causa del desprestigio de Candice. Neil soltó una carcajada, creyéndose vencedor.
No pude contenerme más y tiré el primer puñetazo. Y el segundo. Y el tercero.
Neil intentaba devolverme los golpes, pero sólo conseguía batir los brazos sin alcanzarme una sola vez.
Tenía ganas de molerlo a palos, pero se veía tan patético que acabé por derribarlo de un empujón, lo quería lejos de mí.
Neil quedó jadeando en el piso. Cuando levanté mi puño para masajear mis doloridos dedos, él creyó que iba a golpearlo otra vez y se encogió, asustado.
Al verlo a mis pies, se me partió el alma; a partes iguales por vergüenza y lástima. A fin de cuentas, Neil es un Ardlay y le debo protección.
Me recobré de aquella escena lo mejor que pude y le dije que hablaba en nombre del Sr. William Ardlay, quien se oponía a la unión porque Candy no deseaba a Neil por esposo. Le advertí que se lo pensara dos veces antes intentar dañar la protegida del Sr. Ardlay, pues en ello arriesgaba la herencia. Me había preparado para la ocasión con una carta de puño y letra del Tío Abuelo y se la arrojé al piso, antes de marcharme. Menudo chasco se llevará Neil cuando sea revelada mi identidad.
Hoy vengo andando por el sendero hasta el Hogar de Pony para visitar a Candice. Es algo que planeo hacer con frecuencia de ahora en adelante.
Me ajusto la solapa del traje de lino color crema, no porque haya algo mal en ella, sino para darme una pausa antes de llamar a la puerta. Este es el principio de una nueva época entre Candy y yo. Le he dicho que sigo siendo el Albert que ella conoce y quiero pensar que es así. Sin embargo, no puedo ignorar que mi identidad completa puede resultarle abrumadora. Sé que a mí también me costará trabajo adaptarme a mis nuevas responsabilidades, los negocios, los compromisos sociales, la gente que hará fila fuera de mi oficina…
El cambio ya ha comenzado, como lo prueba mi atuendo de hoy. Atrás quedarán los pantalones de gabardina y los vaqueros y las camisas cómodas que necesitaba para el trabajo físico. Quiero pensar que Candy podrá gustar del Albert nuevo.
Toco la puerta y desde fuera oigo la voz de los niños gritándole a Candy que venga a abrirme. Es posible escuchar el taconeo de ella, que baja a toda velocidad las escaleras, mientras dice a los pequeños que no deben gritar de esa manera. A mí me parece que su voz es más fuerte que la de ellos. Este momento tan de Candy me saca una sonrisa y me aligera el humor luego de los pensamientos que acompañaron mi camino.
El día es muy bonito y ella quiere dar un paseo. Me alegro porque así podremos hablar tranquilamente del asunto delicado que he venido a tratar.
Le cuento que ya no debe preocuparse por Neil y, tal como pensé, me pregunta cómo fue posible.
-Le entregué una carta firmada por el Tío Abuelo -hablo de mí en tercera persona desde hace tanto tiempo, que me cuesta dejar el hábito-. Neil ha tenido un gran disgusto, pero acabó por aceptarlo.
Me siento orgulloso de cómo pude resumir los hechos. Ella parece satisfecha con la explicación.
Seguimos charlando y andando hasta un pequeño claro desde el cual pueden verse las montañas cercanas. Nos detenemos a mirar el paisaje y es ella quien habla primero.
-He notado que con frecuencia me llamas Candice, eso es algo nuevo. Me llamaban Candice para reñirme en el colegio San Pablo. Dime, Albert, ¿hice algo que te molestara, estás enfadado conmigo?
-No, Candy, nada de eso.
-Entonces, ¿por qué me llamas Candice?
De inmediato sé la respuesta. Candice es un nombre para alguien que ya ha crecido. Lo sentimientos y anhelos que ahora tengo para ella sólo son dignos entre un hombre y una mujer en igualdad de condiciones.
Sus ojos se achican al mirarme, como intentando adivinar por qué me demoro en contestar.
Estoy buscando las palabras para hacerme entender sin asustarla. Bien sé que es una chica valiente, que ha visto de todo y no se amedrenta con facilidad, pero no quiero revelar demasiado. Intuyo que no le sentaría bien saber cuánto la deseo. No es el momento aún. ¡Diablos! Ni siquiera estoy seguro de que el momento apropiado llegará algún día. Este solo pensamiento me pone a temblar. Me aclaro la garganta para calmarme, antes de responder.
-Ahora sabes que nuestro primer encuentro sucedió mucho antes de lo que tú creías. Eras una niña muy pequeña, que necesitaba toda la ayuda posible para crecer, dependías por completo de los cuidados de la Señorita Pony y la hermana María. Cuando te llamo Candy, viene a mí ese tierno recuerdo. Solo que ahora, cuando te miro, eres diferente. Has logrado valerte por ti misma, no echaste en falta mi ayuda para abrirte paso en el mundo. Incluso, fui yo quien necesitó de tus cuidados por un tiempo, ¿no es así?
-Es cierto.
De forma espontánea se le alegra el rostro. Sin tener que decir más, me ha confirmado que recuerda esa época con cariño.
-¿Sabes? Creo que te llamo Candice cuando me asalta la imagen de ti hecha una mujer.
-Albert…
La sorpresa la conduce al silencio. Queda pensativa, mira hacia el horizonte y, finalmente, sonríe.
Continúa en Tu silueta a contraluz – Capítulo 3