¡Ya estoy aquí con otro capítulo!
Me siento muy feliz de que estén disfrutando la historia y la forma que elegí para contarla. Gracias por sus comentarios, me animan a seguir escribiendo.
¿Listas? Redoble de tambores…
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Al terminar el discurso, el clan entero ha de tomarse la fotografía oficial, que será entregada a los diarios locales de mayor circulación. Los hombres estamos de pie, conmigo al centro de la fila. Las mujeres están sentadas delante.
Archie y yo tuvimos que hacer un gran esfuerzo para convencer a Candy de que apareciera en la foto, pues ella sabe que no toda la familia le da la bienvenida.
Estoy decidido a que esto cambie, y pronto. Dejaré bien claro el trato que espero de la familia para con Candy.
Después de la foto, yo debo ser presentado y charlar con personas que conocía apenas de nombre; no estoy seguro de que mañana pueda recordar las caras de una sola de ellas.
Archie y Annie acompañan a Candy, mientras algunas personas se acercan a ella con curiosidad. Con un vistazo me doy cuenta que Candy, aunque algo incómoda, maneja la situación con gracia. Si su estancia en el Colegio San Pablo no fue tan agradable como yo hubiera querido, al menos la ayudó a prepararse para este momento. Caigo en cuenta de ella nunca fue una debutante, así que, para todos los efectos, esta es su presentación en sociedad.
Ha pasado cerca de una hora desde la fotografía y logro hacerme un momento para ir con Candice, que está sola en uno de los balcones, tomando aire fresco. Me recibe con una luminosa sonrisa.
-Tu discurso ha estado estupendo, Albert, escuché que la gente ha quedado muy impresionada -es lo primero que me dice.
Me asegura que la noche va de maravilla también para ella y luego, en un tono confidencial, me dice que tiene algo para mí.
De su pequeño bolso de fiesta, que lleva atado a la muñeca, saca un objeto envuelto en un pañuelo y lo pone en mis manos. Al desatar el pañuelo, veo que se trata de una insignia de los Ardlay. No sé qué decir.
-El Príncipe de la Colina perdió esto hace muchos años y es hora de devolverlo -me dice, con una sonrisa encantadora.
-Candy… tú… ¿guardaste este broche todos estos años? ¿Lo has llevado contigo todo el tiempo?
Apenas puedo creerlo. Ni siquiera recordaba haberlo perdido.
-Sí, Albert. Me traía siempre tan lindos recuerdos. Era la única prueba que tenía de que mi… de que el Príncipe de la Colina no había sido un sueño mío.
Ahora mismo me viene a la mente lo que sentí cuando me dijo que su primer amor había sido a los seis años. Me reí de ella y la reñí porque había empezado a enamorarse muy temprano, pero recuerdo con claridad que el corazón me dio un salto cuando habló de su príncipe. No lo supe explicar ese día, privado como estaba de mis memorias. Hoy es muy claro que mi ser se estremeció con un sentido de predestinación.
Devuelvo el broche a sus manos y las cubro con las mías.
-Candice, debes conservarlo, es tuyo. Recuerda que eres una Ardlay también. Si en aquel momento hubiera sabido con cuánta dulzura guardarías este broche, yo mismo te lo habría regalado.
Ella se queda mirando nuestras manos y me parece que, tras las pecas, su piel toma un tono sonrosado. Levanta su cabeza lentamente y me mira directo a los ojos, parece que quiere decirme algo.
Es así, con nuestras manos unidas, como nos encuentra la Tía Elroy, que me habla en un tono serio.
-Albert, por fin te encuentro. No se te olvide que tienes más invitados que atender.
Candice se acerca a la tía y le habla de forma cariñosa, algo que desconcierta a la mayor.
-Tiene razón, Tía Elroy, esta es la noche de Albert. Ya lo he felicitado por su discurso y ahora debo volver con Annie, me está esperando.
Candice hace una pequeña reverencia y se aleja dejándome a solas con la tía, quien me dice:
-Es muy claro que tienes un aprecio especial por esa chica, pero no es necesario que todo el mundo lo sepa esta noche, Albert.
Aunque me pese, la Tía Elroy tiene razón. Si bien todas mis esperanzas van en ello, no tengo la certeza de que Candice me aceptará en matrimonio, y no tiene caso exponerla a especulaciones y miradas curiosas si no hace falta.
Ya no quiero esperar más para declararme, pero no hace tanto que Candy temblaba entre mis brazos, llorando por Terry, y sé que lo pasó mal tras enterarse de su boda con Susana.
El tiempo pasa rápido, casi un año desde entonces. Ahora me parece que en sus ojos ya no hay tristeza. Pero eso no me basta. Deseo que en mis brazos, además de calma, sienta alegría; más aún, un intenso amor.
Tal vez soy demasiado ambicioso; es que no quiero que me acepte porque deba conformarse, espero que sea capaz de amarme tanto como yo a ella.
La Tía Elroy me presenta con el Alcalde de la ciudad y eso me devuelve a asuntos prácticos de un modo brusco.
Por el resto de la velada, debo conformarme con mirar a Candice desde lejos, con el consuelo de que la veré mañana durante el desayuno.
+ o +
No me fue fácil levantarme esta mañana. Al parecer, la agitación de los últimos días finalmente se ha hecho sentir. Soy el último en llegar al comedor; Archie, Annie, la tía y Candy, ya van por la mitad del desayuno, pero nadie repara en eso. En cambio, me felicitan por lo bien que ha ido todo y hablamos sobre los detalles de mi presentación por un buen rato.
La Tía Elroy es la única que parece estar de mal humor. Aunque sus palabras son amables, suenan a queja.
-Me alegra que ya te harás cargo de los asuntos importantes, querido Albert. Yo ya estoy muy vieja y llena de achaques, es hora de que me dedique a cosas de señora mayor.
-¿Qué dice, tía? Si está más fuerte que un roble -contesta Archie.
-Nada de eso, hijo. Llevo una semana con dolores de cabeza que no se me quitan con nada. Han de ser mis nervios, con todo esto de la ceremonia. Y no puedo comer la más mínima cosa sin sentir pesadez. Ahora mismo lo único que me apetece es reposo.
La Tía se ve muy agotada, así que Annie y Archie se ofrecen a acompañarla hasta su habitación y, al quedar solo con Candice, podemos hablar con tranquilidad.
Candice ha pasado la noche en Lakewood por primera vez en años, aceptó sólo porque era lo mejor, ya que la fiesta terminaría muy tarde. Sé que los recuerdos que guarda de Lakewood no son todos felices y haré lo que esté en mi mano para que de ahora en adelante, pensar en este lugar la haga sonreír.
Repentinamente, desde la cocina llega un ruido de platos al romperse y algunos gritos. Antes de darme cuenta, Candy ya se ha levantado de la mesa y corre hacia la cocina; me apresuro a darle alcance.
Al llegar, me encuentro con esta escena: una de las ayudantes de la cocina yace en el piso, respirando agitadamente. Candice le nota la fiebre y jalonea sus ropas para descubrirle el vientre.
-¡Es fiebre tifoidea! -exclama Candice, cuando descubre unas manchas rosáceas en la piel de la muchacha.
Sin perder un minuto, Candice manda a todos lavarse las manos con abundante jabón, volver a cocinar todos los alimentos con fuego alto y lavar con lejía cada trasto de la cocina y los cuartos de aseo.
Mientras aíslan a la muchacha en uno de los cuartos de servicio, yo pido al mozo de cuadra ir en busca del doctor.
Apenas está volviendo la calma, cuando la doncella de la Tía Elroy viene corriendo a buscarme. Llena de angustia me dice que mi tía se encuentra muy mal, que el dolor de estómago no le permite levantarse de la cama. Candy y yo intercambiamos miradas, antes de que ella salga a toda velocidad hacia la habitación de la Tía Elroy.
Quiero ir tras de Candy, pero al intentarlo, me fallan las piernas y debo asirme al respaldo de una silla para no caer. Sólo ahora me noto afiebrado… yo también me encuentro mal.
Continúa en Tu silueta a contraluz – Capítulo 5