Tu silueta a contraluz – Capítulo 3

¡Qué tal gente linda del fandom de Candy Candy!

Para contar esta historia he elegido el punto de vista de Albert, porque me resulta un personaje muy interesante, con muchos matices…
Para escribir me inspiro en la época de la historia y la forma que Albert tiene de hablar en el anime.

Además de que es un gran reto «meterme» en la mente de un hombre, es algo muy nuevo para mí. Tengo un maravilloso lector beta (beta reader) que me asesora y me ayuda a cambiar cosas si no suenan como algo que haría o pensaría un hombre… Quiero a este Albert lo más auténtico posible.

Capítulo 3

-¿Estás seguro, George? -pregunto por segunda vez- Esto es algo muy importante.

-Así es, según mi mejor entendimiento -me contesta con paciencia-, pero puedo pedir al abogado que venga hoy mismo para confirmarlo.

Voy a decir que no es necesario, luego pienso que no pueden quedarme dudas y acabo por citar al abogado. George tiene muy claro el porqué de mi preocupación, y le agradezco que sea tan discreto para no hacerme más preguntas de las necesarias.

El abogado me dice que el documento de identidad de Candice le otorga el nombre Ardlay y le da igual derecho sucesorio que a las otras mujeres de la familia, pero no indica una adopción directa. Aparezco como su tutor legal hasta su mayoría de edad, pero no soy su padre adoptivo.

No puedo estar más aliviado.

En su momento, fue la Tía Elroy quien hizo esas precisiones, porque no se resignaba a que Candy formara parte de la familia y hoy, inesperadamente, agradezco hasta el infinito el recelo de la tía. Pienso que era el destino de Candice llevar el nombre Ardley de una forma… o de otra. La posibilidad de esa «otra» forma me hace sonreír sin poder evitarlo.

Esta noche será la ceremonia para presentarme como heredero de la familia y llevaré a Candice como acompañante. Por eso me apremia tener clara nuestra relación legal y poder presentarla como debe ser, como mi protegida.

Hubiera querido acompañarla yo mismo a elegir su vestido; la locura de los últimos días no me lo permitió y tuvo que ser George quien la acompañara. Ni siquiera he podido visitarla y la echo de menos.

Termino los asuntos del despacho temprano y salgo rumbo a Lakewood con el estómago un poco revuelto. Aunque me he preparado para este día desde hace años, me siento intranquilo. Seguro mañana los diarios de Chicago se harán eco de lo que suceda esta noche.

Por eso, lo primero que hago al llegar a casa es pedir que me preparen un baño caliente. Tan pronto está listo, me deshago de la ropa para meterme en el agua.

Ahora que tengo un minuto de paz, vuelve a mi mente la pelea con Neil. Nunca, nunca le perdonaré lo que insinuó sobre Candy y yo, lo que amenazó con decir sobre su honor; espero que ella nunca lo sepa. Me dolería mucho que algo así empañara la memoria de esos tiempos tan hermosos, que algo de lo que vivimos allí pudiera causarle vergüenza. Después de esta noche, no creo que Neil se atreva a retarme de nuevo. Es mejor pensar en otra cosa.

Hundo mi cabeza unos segundos para disfrutar el silencio bajo el agua y cuando salgo a respirar, siento el cabello húmedo y pesado sobre mi cara.

Me paso la mano por el rostro para retirar mi cabello, luego recargo mis brazos y mi cabeza en el borde de la tina. Quedo un rato con los ojos cerrados, mientras el cuarto de baño se llena de vapor.

Archie no tardará en llegar para ayudarme a elegir los detalles de mi atuendo. Usaré un frac y no hay mucho más que agregar, pero Archie me ha dicho que sí hay distinciones sutiles y que para eso está él. Qué fistol usar o cuál es el pañuelo perfecto no es algo que me interese demasiado, pero agradezco que quiera brindarme su ayuda. Me alivia contar con él en la familia, como un contrapeso a los ideales acartonados del resto… y saber que siente un aprecio genuino por Candice, algo con lo que los mayores no han sido generosos.

En los meses que Candy se fue a trabajar al ferrocarril, no era raro encontrar a Archie pasando las tardes en mi casa. Admiraré siempre su sencillez, su cálido trato, cuando ninguno de los dos conocíamos mi verdadera identidad. A pesar de que lo acuso de vanidoso, sé que no lo es. Lo quiero muchísimo y confío en él totalmente.

Con Stear tan lejos y Candy ausente, nos hacía muy bien la compañía y pudimos conocernos de verdad. Él me llamaba «Albert, el desmemoriado» y yo a él «Archie, el elegantucho». Solíamos jugar a los naipes por horas. Sólo en ocasiones traía consigo cervezas, pero siempre llegaba con abundante comida callejera. Una vez me confesó estar harto de las buenas costumbres y los finos modales, mientras masticaba con la boca abierta un hot-dog y le escurría mostaza por la barbilla y las manos. Al recordarlo, me siento agradecido de que yo pude crecer con tanta libertad.

Cuando me doy cuenta, el agua ya está fría y se me ha bajado un montón la temperatura. Me he quedado dormido, estaba más cansado de lo que creí. Salgo de la tina y me froto vigorosamente todo el cuerpo con la toalla para recuperar el calor antes de ponerme la bata. Cuando estoy a punto de salir del cuarto de baño, escucho a Archie tocando la puerta con insistencia. Ya no hay más tiempo para descansar.

Al poco rato, estoy listo. A insistencia de Archie usaré un reloj de cadena que asoma a mi bolsillo y, por motivo de la ceremonia, llevo la insignia familiar en la solapa. De nuevo me siento algo tembloroso. Archie me nota raro y manda traer un agua tónica para ayudarme a recobrar el ánimo. Luego se adelanta para ir en busca de Annie.

Es hora de encontrarme con Candy.

Cuando bajo por la escalera, ella ya está en el descansillo. Se gira para mirarme y su asombro es evidente.

-¡Estás guapísimo, Albert! -deja escapar, luego, más contenida, dice- Te va espectacular ir de frac.

Si hubiera sabido el efecto que estas ropas tendrían sobre ella, me habría aparecido de frac en la Colina de Pony, y no, no me habría importado vestir de gala nocturna en un picnic.

-Tú también estás lindísima, Candice.

Digo lindísima, pero quiero decir irresistible. Ella me habla de lo mucho que le gusta su vestido con vivos violetas, habla de telas y talles y estilos que no logro entender. Sospecho que cualquier cosa que se ponga se le vería igual de bien.

Mientras ella habla, yo noto que lleva al cuello una cadena y un pequeño colgante de oro en forma de la letra A de la insignia familiar. Me cuenta que ella misma lo ha encargado y por qué.

-Durante algún tiempo estuve resentida con la Casa Ardley y hasta pensé en renunciar a ese nombre. Ahora que sé que es el tuyo, yo también lo llevaré con alegría.

-Candy…

Ese gesto suyo, para apropiarse del nombre Ardley, me conmueve.

Luego me pregunta si tengo preparado mi discurso de presentación y me hace repetirlo un par de veces para practicar.

No sé si Candice se ha dado cuenta, pero ha estado mirando mi boca todo este tiempo. Con toda intención, hago muecas y muevo mucho los labios para observar su reacción. De forma inconsciente, ella imita mis movimientos. Esto me resulta tan divertido como alentador. Muchas veces he recibido cumplidos femeninos acerca de mi boca; algunos muy, muy subidos de tono; pero este cumplido involuntario de Candice es, con mucho, el mejor de todos.

Por el pasillo se acercan Annie y Archie, vienen a buscarnos porque ha llegado el momento de entrar al gran salón. Ya toda la gente se encuentra en su sitio.

Ni Candy ni yo somos conocidos en la sociedad de Michigan, por eso, nuestra entrada levanta un ligero murmullo que se extiende rápidamente por el salón, se preguntan quiénes somos.

Atravesamos por un lado de la gran mesa en la que se servirá el banquete, para ir a los lugares que nos están reservados. Cuando nos acercamos al resto de la familia, Candy parece divertida y me dice en voz baja que mire a Eliza.

Eliza no puede quitarnos los ojos de encima, da tirones al brazo de su hermano para que nos mire y parece que va a enloquecer cuando se da cuenta quien soy. Al principio debió creer que yo solo estaba aquí como acompañante de Candy, pero la insignia de los Ardlay sobre mi pecho no deja lugar a dudas. Neil niega con la cabeza, presa de incredulidad y espanto, cuando nuestras miradas se cruzan un instante. La pobre señora Lagan debe sentarse un momento y abanicarse, no creo que pueda reponerse jamás de la sorpresa de ver a Candy del brazo del heredero de la familia.

Llegada la hora, es la Tía Elroy quien me presenta como William Albert, el mayor en rango de la Casa Ardlay.

Antes de levantarme para dar mi discurso, Candice toma brevemente una de mis manos, la presiona entre sus dedos y me sonríe para desearme suerte antes de soltarme. Siento la confianza que necesito para hablar.

Continúa en Tu silueta a contraluz – Capítulo 4

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